viernes, 9 de octubre de 2009

cuentos del 01.10.2009

Palabras: fetiche, perturbado, otorrino, cloroplasto, emisora, delicatessen, caspa


Luismi salió un tanto perturbado de la consulta del otorrino, su adicción a aquella emisora había provocado un brote de cloroplastos en su oído interno, y debido a esa proliferación clorofílica, se había vuelto un tanto verde. Era el tercer especialista que visitaba y el diagnóstico resultaba inequívoco: verde, pero no de esos que defienden a las ballenas de ser masacradas, que también, sino más bien de esos que suelen llevar el calificativo correspondiente a la edad inmediatamente antes del color, esto es, un viejo verde.

Hacía tres meses que había notado los primeros síntomas cuando al encender el televisor sufrió una erección descomunal ante la imagen de Carmen Sevilla. Pero no fue esto lo más grave, sino el hecho de soñar con ella, tener en la cartera, cerca del corazón, una foto suya. La experimentada actriz de había convertido en su fetiche.

Era pues, un viejo verde poco habitual, no de esos que persiguen a las jovencitas y alardean de sus pasadas hazañas sexuales. Él sólo perseguía las de su edad, a las más maduritas. Tan excepcional suceso le tenía al borde de la exasperación, no podía comprender el poder de atracción que ejercían sobre él las arrugas, en vez de los senos turgentes y otras delicatessen similares.

La semana siguiente visitó al cuarto especialista, y abandonó la consulta mucho más reconfortado, sensación que se vio reforzada nada más pisar la calle: La sonrisa no le cabía en la cara cuando atisbó a esa joven en minifalda y sin bragas. ¿Cómo supo lo de las bragas?…Porque tenía caspa en los zapatos.
Reuben Ferdinandson

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BIRRAS PARALELAS

(Leer entre dos…)

- Hey, Neken, pásame una servilleta para que a este perturbado no se le peguen los microbios y cloroplastos de la chapa.

- Bud, te he dicho cientos de veces que te inclines ante una buena copa.

- Pero ¿qué dices?, si antes de vaciarme ya está todo el fondo repleto de la caspa que sueltan estos cochinos ejecutivos.

- El otro día escuché en la emisora de radio que una cerveza debe tirarse bien.

- ¿Has dicho “tirarse”?. Así que no es suficiente con que soporte las babas de estos ingratos, sino que además debo rendirme a sus pies.

- Tú no, son las birras de caña. Como San Miguel.

- Desde luego hay que ser un santo para rebajarse tanto. Aunque hay tantos desperados…

- No lo creas, según dicen es una verdadera delicatesen. Ah, y el mayor fetiche es sumergirse en una jarra con tapa.

- Anda, como las orejas de Luismi. Debería ir al otorrino a que le quite los tapones con un taladro. El otro día…

- Calla, que vienen a por ti.

- Joder, ¿éste no ha oído hablar de la gripe A y de la higiene personal? Con lo que hay bajo sus uñas se podría asfaltar el continente africano. En fin, quedamos a las 11 en el contenedor de vidrio.

- OK.

Lewis M. Santa Claus Green

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Hatajo de Necios

No sé cómo nos ha podido pasar esto, ¿cómo es posible que nos haya tocado vivirlo a nosotros?

La idea de aquella catástrofe perturbaba a Daniel de tal manera que lo dejaba sin rostro, sin reacción. No hay nada peor que adorar a un fetiche para luego darse cuenta de que toda tu vida ha perdido su significado.

Hemos de afrontar este horror limpiando la caspa que azota nuestras casas, nuestras vidas. La gente está cambiando sus costumbres para salvar su culo, tu emisora preferida no hace más que emplear su tiempo en debates absurdos sobre la jodida comida danesa o sucedáneos delicatessen desviando el tema. No es justo, nadie es el que era. Tienes que admitirlo, nos hemos quedado solos y no podemos seguir luchando, admitamos que la filmoteca de Alicante supera a la de Elche.

En aquel momento llegó el médico, amigo de la familia desde antes de que se estrenara Blade runner (la versión del director). Acudió Cloroplasto ladrando y se le subió a su regazo, como de costumbre, mientras le chupaba las yemas de los dedos . . .

¡Hatajo de necios! – fue lo primero que soltó por su boca el doctor.- Han dejado de adorar a la Dama y sus palmeras, ¡malditos santapoleros reconvertidos!

Que les den, además, dicen que ahora han formado un grupo pseudoliterario y se reúnen secretamente adorando a un duendecillo irlandés . . . – intervino Daniel saliendo de su letargo.

- ¡Por San Patricio!

Sin duda, esto era el fin o el principio de algo, o todo lo contrario, qué se yo que sé más que los demás en un plis-plas, me dijo un mandamás en Hamás. Por lo demás, ya no hay más aunque venga por detrás. Ciento noventa y nueve, doscientas.

THE TIMES THEY ARE A CHANGING

Edward Castle

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CLOROPLASTO

Luismi estaba harto. Llevaba toda la tarde sentado en su habitación haciendo deberes y, todavía, tenía que hacer las copias y, todo, por culpa de Miguel, que estuvo toda la clase de naturales metiéndose con él. Primero tirando bolitas, luego que si te empujo, que si tienes caspa y, claro, cuando estaba a punto de soltarle un guantazo, la profe dijo: “Ya está bien. Mañana los dos treinta copias bien limpitas con la frase “En clase estoy atento y en silencio”. Y allí estaba Luismi, sentado como un imbécil, sin poder escuchar su emisora favorita y, todo, por el pelmazo de Miguel. Resignado, se quedó mirando fijamente los dibujos del libro de naturales, que eran bastante feos, la verdad, y leyó en voz alta “cloroplasto”. No tenía ni idea de que era esa cosa pero, lo primerito que le iba a soltar a Miguel, en cuanto lo viera, era eso.

Al día siguiente, Luismi llegó al colegio contento. Tenía motivos para estarlo. María Ruiz le había sonreído en el autobús, su madre le había puesto un bocata de foie gras de más de un palmo, había conseguido el cromo de Villacampa después de un mes y tenía en la cabeza el mejor insulto para soltar a Miguel en tiempo.

Entraron en clase. Miguel no estaba. Al parecer se había ido al otorrino. Mejor. Que le limpiasen bien las orejas. Así oiría bien clarito lo que tenía preparado para él.

Era miércoles y tocaba lengua así que, la profe, empezó a dictar las frases para analizar. Luismi copió con desgana.

Primera: El perturbado entró en la tienda delicatesen amenazando a la gente con un palo.

Segunda: El perfume de moda se llama “Fetiche”

Salió Cristina Gómez Herrero a la pizarra por el sistema de voluntaria forzosa.

Puf, menos mal, pensó Luismi. Se quedó mirando atento a la pizarra pero su cabeza estaba ya en otro sitio, como casi siempre. Empezó a pensar en sus cosas. Seguro que Francisco López le cambiaba cinco cromos por el de Rafael Jofresa y, así, álbum completo.

Alice Verger

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Me apago. Y no sé qué hacer. Ya me dijo el otorrino que me hiciera mirar lo de la sordera. No logro entender a Luismi cuando me habla y cuando enciendo la radio tengo que buscar una emisora con una buena calidad de recepción para poder escuchar algunas sombras acústicas. Siento que me estoy aislando del mundo, que terminaré mis días como un cloroplasto.

Intento centrarme en lo único que me queda, que son las sensaciones a través de algunos de los sentidos que tengo intactos (la vista, el gusto y el tacto). Cada vez me fijo más en las facciones de la gente y en su vestimenta. Incluso estoy llegando a extremos insospechados, haciendo recuento de viandantes con aspecto de dejadez, con el pelo sucio, con caspa, con maquillaje excesivo.

Pero el gusto y el tacto son los sentidos que más me compensan. Algunos pensarán que esta clausura auditiva me está convirtiendo en una perturbada, pero lo cierto es que, cuanto menos oigo, más me apetece contrarrestar la pérdida auditiva con actividades que multiplican los placeres de la boca (no me puedo resistir a productos delicatessen como el caviar, el chocolate o el mejor vino tinto de la bodega) para combinarlos en juegos de caricias (son mi último fetiche).

Irene R. Berry

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CASPOSO

-¡Sacúdete la caspa, cerdo!, no sé para qué te compro chaquetas, camisetas, jerseys.. TODO NEGRO. Tu etapa de siniestro me está costando el sueldo en lavadoras. Es que eres… me pones, me pones… negra, ya te lo digo. Oye, espera que salga de la tienda de delicatessen, que aún tenemos un cuarto de hora para ir al otorrino. Mírate… casposo, tengo un hijo casposo de mierda.

Luismi esperó a la puerta, sólo le faltaba estar atado a un árbol y echar espumarajos por la boca para parecer un perro. Un perro rabioso, lleno de ira. Llevaba trece años aguantando aquel infierno.

En la sala de espera estaban solos. Sillas blancas, sofás blancos, hasta revistas blancas sobre la mesita de cristal. Luz amarilla. No quería oírla, por eso, a pesar de su incipiente sordera, no dejaba de escuchar su MP3. Cambió de emisora. ¡Qué caña, METALLICA, SU GRUPO FETICHE!. Decían que tanta música, tanto estar solo, le podía cambiar, convertir en un perturbado. “PUM, PUM PUM”, BATERÍA, GUITARRA ELÉCTRICA. Frente a él, su madre, gestualizando, diciéndole algo, con cara de monstruo furioso. “ÑIIIIIIIN, ÑIIIIIIIN”, ¡Qué guitarra!, “PUM PUMMM”.

Se levantó, se acercó a ella y, desconectando los auriculares, empujó el MP3 hasta el fondo de aquella garganta incesante. ¿Gritaba? No lo sé, ya no la oía.

Natalie Hernandson




2 comentarios:

  1. ¡Gensanta! ¡Caspa en los zapatos!

    Por cierto, ¿le tenéis manía a Luismi? Porque parece vuestro perturbado cloroplasto fetiche.

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  2. Por cierto, pensaba que había tantas palabras a incluir en el cuento como personas aportarían cuentos más tarde. ¿Faltan relatos? ¿Qué pasó? ¿Se rajaron?

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