martes, 3 de noviembre de 2009

cuentos del 16.10.2009


Palabras: planeta, mermelada, sangrar, hostia, escroto, encina, a


A veces despertaba en medio de la noche sintiendo el peso del planeta sobre su espalda, aquel sabor a mermelada amarga volvía a juguetear en su paladar. Otra vez, no lo soporto más. La pesadilla de siempre le seguía atormentando. Una mañana más se despertó sudoroso, jadeante, víctima de su sueño habitual. A desayunar!!! Gritó su madre – Llegarás tarde al colegio, y hoy os toca la tabla del dos.

Durante el trayecto en el autobús al cole, revivió una y otra vez el suceso que no le dejaba dormir cada noche. Unos meses atrás, jugando al escondite, se subió a la encima del Tío Matías, el viejo más cascarrabias del pueblo. Recordó la sensación de mearse encima cuando el carcamal le decía que si le volvía a ver en su encina le iba a cortar nosequé.

Pasó la mañana en clase de matemáticas, ciencias, muy divertida, sobre todo cuando el profesor hizo sangrar a una rana que pretendía diseccionar, e historia, en la que la seño les habló del puerto de Ostia en Roma. Pero en clase de lengua, las palabras del Tío Matías seguían retumbando en su cabeza, hasta que al final, no pudo soportarlo más y sin ni siquiera levantar la mano, se puso en pie y dijo: Maestro, ¿qué es un escroto?

Reuben Ferdinandson


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Se levantó con resaca, como casi todos los días. Apenas podía moverse. La cabeza le daba vueltas, pero el olor de las tostadas recién hechas con mermelada que Lucía le había preparado fue el empujón necesario para conseguir enderezar su maltrecho cuerpo. Tenía punzadas hasta en el escroto.

Él no era capaz de valorarla, de conseguir hacerla, ni hacerse feliz a sí mismo.

¿No hay nada que valga la pena?, se preguntaba qué maldita alineación de planetas le había hecho llegar hasta esa situación .Anhelaba la tranquilidad, el silencio, el poder sentirse libre de todo ese caos artificial en el que sentía como el alma le sangraba poco a poco y conseguía acabar con las pocas fuerzas que le quedaban.

Quizás mañana se levantase con más ánimo, esa era la única esperanza que le quedaba. Se acercaría a observar el paisaje que le rodeaba, aunque en ese árido lugar qué hostias iba a encontrar…. con ver una encina se daría con un canto en los dientes.

En ese momento, cuando paseaba por el camino angosto que separaba los huertos cercanos a la casa de su mejor amigo de la infancia, Sebas, se dio cuenta de que su problema tenía dos soluciones:

A.O seguía alimentando esa decadencia

B.O bien, empezaba una nueva vida en otro lugar

Bethlehem Martinson


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OTRO PLANETA

Había estado toda la noche pensando. Al abrigo de la encina miraba aquellas luces eternas, que eran las únicas que no le juzgaban. Hubiera querido ir tras ellas o haber nacido en otro planeta. Pero Rubén no podía escapar a su naturaleza.

A veces lograba librarse de ellos, porque sus torpes piernas las compensaba con una gran inteligencia. Pero eran demasiados y, a menudo, le llovían ostias que le hacían sangrar hasta el alma.

Rubén era gay. Un gay con la cabeza bien alta y el escroto en su sitio. El orgullo y afán de libertad le habían proporcionado muchos problemas en Guadalajara, así que decidió cambiar de aires.

Llegó a Santa Pola y encontró a Natalio. Un asturiano que le hacía olvidar su pasado compartiendo despertares con zumo de naranja, café y mermelada.

Descubrió la verdadera amistad de personajes extravagantes que cocinaban platos innombrables, vivían en buhardillas ilegales, pintaban óleos deshidratados y tocaban el piano a la luz de la luna.

Se dio cuenta que había llegado a ese planeta soñado, donde los malos momentos eran historia.

Lewis M. Santa Claus-Green


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Más tonto que una bellota

La hostia que se dio fue antológica aunque difícil de explicar, mas daremos aquí unas pinceladas del asunto, para que éste sea claramente entendido, dada la expectación que produjo el hecho entre los oriundos de la comarca y sus aledaños.

Ocurrió que el señor alcalde había decidido aquel día subir a la única encina de la finca contigua a la suya, a fin de comprobar si las bellotas del vecino eran o no más dulces que las de su encinar.

- No suba, Don Aurelio, que se va a abrir la cabeza subiendo con ese calzado de señorito – le decía su concejal más fiel arrodillándose a los pies del árbol-. Mire que como se caiga vamos a ser el hazmerreír del pueblo.

Y así fue, Don Aurelio resbaló con los restos de los frutos que las ardillas habían dejado entre las ramas al salir huyendo de tan ilustre hombre, de manera que cayó sentado, quedando su entrepierna plantada en la mismísima boca del servil concejal. Por supuesto, la cosa no habría pasado de mera anécdota, e incluso podría haber quedado en una más que aconsejable intimidad, si no fuera porque mientras su excelentísimo en el hospital no paraba de sangrar por el escroto; el de menor cargo, contaba a su mujer cómo por un momento creyó que le había caído encima un planeta y que más tarde se dio cuenta de que no, que un planeta no era, porque aquello que se le plantó en la boca sabía como la mermelada de Manuela, la repostera, por lo que no podía venir de tan lejos.

Carmen Abbey


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LA VISITA

“¡Ah del castillo!”, dijo una voz. “Hostia, qué susto,” exclamó Eduardo, tirando la podadora al suelo. Con el sobresalto se había cortado la mano y le sangraba el dedo. “¿Quién anda ahí?” preguntó con curiosidad y nerviosismo. No obtuvo respuesta. Abrió la puerta y miró a izquierda y derecha, pero no vio a nadie. Volvió a sus tareas domésticas con desconfianza.

“¡Ah del castillo!”, volvió a escuchar. “Vaya, hoy me voy a enfadar.” El trozo de pan con mermelada que se acababa de tostar se le cayó al suelo. “¿Quién es?” Silencio. Volvió a abrir la puerta y apareció ante él, a unos metros, junto a la encina, una mujer joven, extraña, como de otro planeta. Tenía la piel blanca, casi pálida, y ojos glaucos, que lo miraban fijamente. “Soy Atenea”.

“¿Quién?”

“¡Por el escroto de Zeus! ¡Atenea!”

Eduardo no salía de su asombro. ¡Una diosa venía a visitarle! “¿Qué deseas?” preguntó un tanto inquieto. Ella se acercó y le susurró algo al oído. Las palabras de Atenea quedaron formando un eco en su cabeza y la diosa se evaporó como por arte de magia, desapareciendo entre las brumas matinales de aquel amanecer dominical.

Irene R. Berry


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¡QUÉ DIFÍCIL ES SER YO!

Voy en el metro. Enfrente de mí va un adolescente con un aparatejo electrónico de esos modernos. No sé ni para qué sirve.

Miro la pared del vagón y me pongo a leer el extracto de una novela. Habla de una encina lo que, inevitablemente, me traslada a mi infancia. En mi mente se agolpan los recuerdos y puedo casi hasta oler la mermelada que hacía mi madre.

¡Hostia! Me he pasado mi parada. Esta semana es la tercera vez que me paso. Pienso si esto será normal, si le ocurre a los demás con tanta frecuencia como a mí, si pierden las llaves, el carnet, el móvil, queman la comida, no saben dónde aparcan o se les olvida ir al dentista. Así soy yo. Estoy pero no estoy. No sé en qué planeta ando.

Cojo otra vez el metro y llego a mi destino. Salgo a la calle y me encuentro con un accidente horrible, la policía, la ambulancia y un hombre tirado en el suelo que no para de sangrar.

Camino deprisa, me falta el aire y siento que me mareo. Voy con la cabeza hacia abajo, con la mirada puesta a la altura de mi escroto. No quiero ver nada.

Llego al curro y, de repente, visualizo una carpeta encima del escritorio pero, no en el escritorio de mi trabajo, sino en el de mi casa. Maldigo mi existencia, mi persona, el día que nací y hasta la mermelada de mi madre. Me odio.

Salgo fuera y me fumo un cigarrillo. Intento buscar una explicación a lo que me pasa, a mi vida, a mi persona y llego a la conclusión de siempre: ¡Qué difícil es ser yo!

Alice Verger


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EL PLANETO IMAGINARIO

Las cosas podían haber sucedido de otra manera, sin embargo, fueron así. Él no era más que un chico normal, desayunos con mermelada, el típico periódico de izquierdas, paseo matutino hasta el trabajo, el perro del estanco, jodido Escroto, ¡Siempre ensuciándole los pantalones!

No sabemos qué fue lo que le hizo cambiar, quizá fuese verse soltero a sus cuarenta y dos primaveras y no parar de masturbarse demoníacamente utilizando a la hija de la panadera como fetiche salvaje de sus pensamientos. O que le otorgaran el premio Planeta a Ángeles Caso o quizá aquellos recuerdos esquizofrénicos de su programa perturbador de la niñez: El Planeta Imaginario. El Ángeles, digo, el caso es que dio al traste con su vida e hizo algo increíble, ¡compró unas deportivas tres números mayor de su talla! Decidió comenzar a comportarse como si hubiese más espacio en el mundo, adquirió unos andares chulescos, a él le daba la sensación de que así ligaría más, menos que cero no era posible. Pensó en buscar una pareja pero enseguida se le borró semejante estupidez de la testa, no había para tanto, “no flipes”, se dijo, ahora que era libre tampoco era el momento de abocarse directamente hacia la exasperación de unirse a una puta. Aprendió a pasar desapercibido, todo le daba igual, era como en la serie del equipo A, se disparaban cien veces recíprocamente pero nunca moría nadie en ningún capítulo, la ostia.

Por fin salió de su atasco, ya lo tenía, ¡Compraría por internet una enciclopedia por fascículos sobre la Encina, esa gran desconocida¡ No cabía en sí de gozo, qué gran idea, ¡Cómo no se le ocurrió antes! cosecharía vastos encinares con sus grandes conocimientos sobre la materia, ¡Se haría rico! y además iba a idear un sistema monetario propio, lo llamaría: el Planeto. Por ejemplo, - Hola, ¿Cuánto cuesta una barra de funcionario, digo, una baguete?, ¿Un planeto con cincuenta? Ah, gracias, eeeh . . . adiós. Y así sucesivamente en todas las facetas de la vida cotidiana. Sería una revolución, se enterarían los gordos banqueros y los presidentes capitalistas, los iba a sangrar a todos esos hijos de siete madres.

Más tarde, ya subido en la ola, idearía una droga de diseño que no dejase resaca, se llamaría soma y la distribuiría a la puerta de los colegios, de los concertados, claro. Luego vendría la comercialización de las zapatillas, el eslogan sería: “Zapas Huxley, ya están aquí, vienen a por ti, por un mundo feliz”. Y luego fabricaría whisky sin alcohol y luego y luego…

Edward Castle

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