domingo, 22 de noviembre de 2009

Cuentos del 5.11.2009



Palabras: galbana, Belén, espartano, carisma, saliva, polar, circense, dantesco


UN JUEVES CUALQUIERA

Aquel jueves, Alicia y Belén salieron del cole al mediodía, y se dirigieron hacía el bar del pueblo donde solían parar a comer cada día. Cruzaron las cuevas del rodeo, ya que habían decidido ir caminando a propuesta de Alicia, que últimamente había desarrollado una gran afición por el senderismo.

Nada más llegar al pueblo, un albañil para impresionarlas empezó a realizar increíbles números circenses. Acostumbradas como estaban al repertorio de piropos del mundo de la construcción, tales como: “Eso es carne y no lo que echa mi madre al cocido” o “Te voy a hacer un traje de saliva”, aquello les resultó un tanto dantesco, y al mismo tiempo enternecedor.

Una vez hubieron dado cuenta del copioso yantar, Belén le dijo a Alicia: Tengo una galbana que no veas, y todavía tengo que escribir el cuento. Yo lo tengo casi terminado – respondió Alicia – sólo me falta una palabra por acoplar, de hecho tengo que ver a Edu para preguntarle si su perro se va a llamar Espartano, no sea que dupliquemos y luego digan que hemos copiado.

De regreso al cole, encontraron a Luismi en el patio, el pobre tiritaba ostensiblemente. ¿Qué te pasa, Luismi? - preguntaron al unísono. Nada – contestó éste – simplemente he olvidado poner cayena en el preparado de sirope y si me quito el forro polar me da algo.

Tras dos horas dando vueltas al colegio buscando a Edu, que como de costumbre estaba ilocalizable, Alicia y Belén vencieron la galbana así como Luismi el frío. Y,

por fin, allí estaba él robando conos del aula de educación física para jugar al volley playa. Perdona que te molestemos compañero, pero queríamos preguntarte cómo se llama tu perro de esta semana, por aquello de no duplicar y esas cosas. Lo siento, pero no voy a poder ir a la sesión de hoy, me temo que tengo que ahorrar. ¿Y eso? – preguntaron los tres. Pues mirad, ayer estuve viendo unos capítulos de “Planeta Finito”, y cuando llegué al de Liverpool, me quedé un poco planchado con el costo de la vida. No jodas, dijo Luismi, eso significa que tenemos que ahorrar para el puente de diciembre, ¿en serio que allí es tan cara la vida?

Edu resopló y con cara de resignación remató: “carisma”

Reuben Ferdinandson

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301

¡¡Espartanos, retroceded!! Apenas se escuchaba por encima del tumulto y de los golpes contra el metal la voz de su jefe. De nuevo, ¡¡Espartanos, retroceded!! Pero ni puto caso, ni la voz poderosa ni el coraje de un rey podían frenar aquel tumulto de cuerpos enzarzados en tan cruento encuentro.

Leónidas regresó cabizbajo al punto de reunión acordado, arrastrando su escudo y lamentándose de su falta de carisma.

- ¡Efialtes! El último monstruo que esperaba encontrarme. ¿Qué haces aquí? Querías ser el guerrero 301, ¿y no luchas con tus hermanos?

- ¡Oh, mi rey! Te observo abatido y me pregunto si es por depresión o galbana que así te hayas.

- ¿Pero qué dices, mamarracho? ¿Acaso no ves que la tropa anda desmandada y desoye mis órdenes? ¡El espectáculo es dantesco! Hombres desmembrados desde el cuello a las ingles bailando el cha-cha-chá. Los miembros de mi guardia personal, los más temidos, tirados por tierra descuajaringados. ¡Menudo belén! ¡Cuánto desperdicio!

- Ah, Leónidas, ya te avisé, pero tú no quisiste escucharme. Las mujeres se sumaron al ejército enemigo y así no hay quien luche. Más que la guerra, parece un espectáculo circense, y es que he visto cada contorsión…

- Anda, límpiate la saliva, que estás manchando el casco.

- ¿Y qué piensa hacer mi rey para dar solución a este desaguisado?

- Me temo, amigo Efialtes, que no hay solución posible. He luchado contra los hombres más feroces, contra los animales más voraces, inclusive contra un oso polar -y eso que nuestros expedicionarios todavía no han alcanzado el polo-, pero jamás fui capaz de enfrentarme a una mujer, ¿Cómo podríamos pues vencerlas unidas?

- ¿Luchando junto a ellas?

Carmen Abbey

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BELÉN DETECTIVE

La galbana se apoderó de Belén y, el sofá, le agarró fuerte entre sus brazos. La tila y el polar hicieron el resto. Ella se dejó hacer y cayó en la profundidad de un sueño breve pero reparador.

Cuando despertó, se sintió mucho mejor. Se dio una ducha rápida y se fue a trabajar.

El caso que hoy le ocupaba era habitual. Una mujer sospechaba que su marido le engaña.

Buscó en su bolso y encontró la documentación. Examinó con detenimiento la información, así como, la foto del sujeto. Se llamaba Raúl Espartano Díez y tenía cuarenta años. Trabajaba para una empresa de suministros de oficina y llevaba diciéndole a su mujer, los dos últimos meses, que tenía que asistir a un cursillo de formación en Albacete.

La mujer estaba totalmente mosqueada y, en la entrevista que mantuvo con ella para presentar su caso, le dijo que, de formación, nada de nada, que su marido estaba con otra y, que no tenía ni carisma, ni corazón, ni huevos para decírselo. Lo dijo llorando, medio gritando y con la saliva salpicando el escritorio. Estaba rabiosa.

Belén se dispuso a seguir al sujeto en cuestión. Condujo hasta la calle “Héroes circenses” y aparcó en el lugar perfecto. Esperó pacientemente. A la media hora, el hombre salió del portal número 23 y se fue hacia su coche, un Opel Vectra blanco.

Belén siguió al tipo. Efectivamente se dirigía a Albacete. Cuando llegó, metió el coche en un parking y fue directo a un bar. Allí le estaba esperando una mujer que, nada más verle, se levantó, dejando caer el periódico y un boli sobre la mesa. Se saludaron con un beso largo y efusivo. La pareja habló y rió durante una hora larga. Después se marcharon andando, más que agarrados, pegados uno al otro.

Belén tenía ya suficientes fotos que corroboraban la hipótesis del caso, así que, dio su trabajo por concluido. Antes de marcharse, se acercó a la mesa y cogió el periódico que había abandonado la mujer. Mientras esperaba estuvo haciendo un crucigrama. Sólo le quedaba una palabra por rellenar. Belén leyó: “que inspira terror”. Estaba claro. Era “dantesco”.

Alice Verger

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LA ÚLTIMA GOTA

18 de agosto de 2010

Hoy hemos llegado al pueblo de mi padre. He notado cierta frialdad en su tono pero en realidad quería reprimir la tristeza que le producen los recuerdos. Aquí vivió sus mejores años, rodeado de los suyos.

Cuando hemos puesto todo en su sitio, mi madre se ha animado a limpiar y nos ha echado de casa. Así que mi padre ha decidido enseñarnos el pueblo, o lo que queda de él. Durante el recorrido no ha sido el mismo, él siempre está bromeando y con ese carisma que lo hace tan especial.

19 de agosto

Me he levantado con el canto de los pájaros y el sol bien alto. La ducha no funciona así que hoy me la salto.

Cuando he llegado a la cocina mi boca se ha llenado de saliva al ver el desayuno que nos ha preparado mi madre. Sentados en la terraza de la segunda planta, hemos disfrutado de los manjares rodeados de unas vistas excepcionales del entorno. Excepto mi padre, que se ha sentado de espaldas a lo que a mí me parece un regalo para los ojos.

Al fondo se extiende una llanura enorme y árida, así que me decido a interrumpir la conversación: - ¿qué había ahí? – pregunto. Él, sin girarse siquiera, me contesta con desánimo: - lo que no hay -.

Tras el suculento tentempié desempolvamos las bicicletas (un poco espartanas) que hay en la cuadra y las preparamos para dar un largo paseo, sin embargo mis ojos siguen persiguiendo aquella planicie.

20 de agosto

Hemos visitado los pueblos vecinos y, por fin, se le ha dibujado una sonrisa en su rostro. Nos ha contado historias divertidísimas, además los apodos que se ponían eran increíbles. Por ejemplo, había una tal Belén a la que llamaban “la colonias”. Pero no era por los perfumes que se echaba sino porque era tan cochina que los parásitos hacían verdaderas colonias en su pelo.

21 de agosto…

22 de agosto…

23 de agosto

Ha sido nuestro último día en este maravilloso lugar. He podido descubrir nuevas facetas de mi padre al enfrentarse con sus recuerdos. Sin embargo hay un secreto que espero poder sacarle mañana, antes de irnos.

24 de agosto

Hemos recogido todo y cargado el coche. Mi hermano quería salir pronto porque le han invitado a una barbacoa por la tarde. Sin embargo mi padre le ha advertido que llegará a los postres porque hay algo importante que debe contarnos.

Al acercarnos pude ver la verdadera magnitud de aquel lugar. Nos sentamos a almorzar bajo un árbol y mi padre cerró los ojos antes de empezar.

“Aquí había un lago, era de origen glaciar y el más grande de Europa. Cuando era niño venía a bañarme. Sus aguas eran cristalinas y en invierno podías patinar y hacer piruetas circenses. Siempre había buena pesca y protegía las cosechas de las heladas. Era un lugar maravilloso donde pasar los días de galvana.

Pero en esta vida, la alegría dura poco en la casa de los pobres. Llegaron multinacionales a comprar el agua porque tenía propiedades curativas. Nuestro alcalde no sabía de números, pero sí de lujos y aceptó.

Esto se lleno de máquinas, de ruido y de humo. El espectáculo era dantesco. En diez años los peces perdieron su espacio para vivir y cinco años después estaba seco. Nuestro lago polar, como le llamábamos, había desaparecido para siempre”.

Recogimos y nos montamos en el coche. Mientras nos alejábamos, algo me rozó la cara, era agua. Tal vez la última gota de un lugar maravilloso.

Lewis M. Santa-Claus Green

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LA GRAN AVENTURA

Unos grandes aventureros, concretamente ocho vividores que se conocían de quedar a tomar unas cervezas y jugar a ser escritores, ansiaban ampliar sus horizontes vitales y decidieron subir a bordo de un avión sin destino determinado.

Estando plácidamente relajados en sus asientos, empezaron a notar unos temblores inusuales, eran turbulencias. Todo empezó a moverse, el carrito de las azafatas se tambaleaba de un lado a otro del pasillo central. Las mascarillas se desprendieron del techo, y finalmente, tras un aterrizaje forzoso, llegó la colisión.

De esta manera se encontraron en medio de una isla, cuyo nombre no conocían, pero según la espléndida orientación de uno de los pasajeros , llegaron a la conclusión de que se trataba de una isla cercana a Santa Polar.

A pesar de la cercanía de la costa, era totalmente imposible mantener contacto con el mundo exterior, ya que, no se sabe muy bien cómo, se abrió una gran brecha en el mar acabando con cualquier tipo de esperanza posible. Intentaron de todo: no captaban señal de radio, hicieron señales de humo, etc… hasta que la galbana se apoderó de ellos. Una cosa tenían clara, debían intentar sobrevivir hasta que se les ocurriera algo.

De pronto apareció….un oso polar!!!, sí como lo oís. Esta situación tan dantesca hizo que todos huyeran aterrorizados, excepto Luismi , que por su condición de vasco perdido, actúo cual Espartano atrapando a la enorme fiera. Al ver a aquel animal, Eduardo no pudo evitar el salivar, ya que últimamente, no se sabe por qué extraña razón, tenía un hambre voraz.

Mientras tanto, Belén estaba preocupada por entretener al grupo con un espectáculo circense utilizando unos erizos de mar para hacer juegos malabares, y así por lo menos poder sobrellevar mejor la dramática situación.

Otras dos féminas , Alicia y Natalia, decidieron hacer algo más útil, por lo tanto se afanaron en explorar la isla y averiguar un modo de salir de allí. Que mejor manera de hacerlo que subiendo a las colinas más altas del lugar, para tener una perspectiva más clara de la situación en la que se encontraban. Para ellas fue muy fácil llegar a las altas cumbres, puesto que eran unas alpinistas preparadas para eso y mucho más.

Otros miembros del grupo, Carmen y Rubén comenzaron a construir una especie de artefacto volador, partiendo de hojas de palmera y algas marinas. Aquello, por supuesto fracasó, por lo tanto decidieron pedir ayuda a la chica con más carisma del “equipo”, Irene.

Pero ella estaba totalmente ida en ese momento. Perdió la consciencia durante dos minutos y diecisiete segundos. Cuando recobró el sentido estaba tan nerviosa que la única manera de calmarla fue imitar a Martes y Trece con los que tanto había disfrutado en su tierna juventud.

Finalmente, se produjo un resplandor indescriptible en toda la isla. Cuando abrieron los ojos, se dieron cuenta de que todavía estaban en el avión, y que todo había sido un sueño.

Bethlehem Martinson

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NUBE POLAR

Dejó la taza de té vacía sobre la mesa de mimbre y se reclinó en aquella mecedora de tres plazas, mullida y acogedora. Se sentía en una nube, aquel atardecer de mayo, con el sol calentando sus piernas descubiertas y sus hombros tostados. Se bajó los tirantes para recibir más.

Belén dejó de pensar para así concentrarse en lo único, lo mejor, AQUEL MOMENTO. La galbana la envolvió de abajo a arriba, de fuera a adentro, mientras con un esfuerzo espartano intentaba alejar el sueño.

Tirando al suelo el libro que había estado leyendo (“CARISMA”, a quién le importaba ahora eso), se echó en el columpio balanceante y se dejó llevar.

Pero entonces, entreabriendo los ojos…dios mío, ¿qué era aquello? ¡No era posible! ¡Un oso polar en su jardín! .A sólo unos metros, echado sobre sus cuatro patas, estaba el oso. Su corazón se contrajo y su piel se erizó, pero algo en los ojos del animal circense la fulminó. No había en ellos ni el más mínimo signo de agresividad, de intención de atacar. Lo que le transmitían, de hecho, era amor, puro amor, natural y vital.

Su primer impulso fue ir a acariciarlo, pero el oso tomó la iniciativa y se levantó, se empezó a acercar, con pasos delicados, con los ojos fijos en sus ojos. La sangre corría a borbotones por las venas de Belén, la naturaleza se estaba aproximando a ella, la naturaleza en su esplendor. Y la naturaleza hizo el resto. Con su gran lengua el oso le lamió los pies lentamente, dejando un resto de saliva brillante y húmedo. La cabeza del coloso se agachó, y con su pelo níveo le recorrió las piernas. Le lamió las corvas y creyó entonces que se desmayaría, que se desvanecería en la nube que la acunaba. Cogió la cabeza de la divina bestia, que se adentraba cada vez más en su interior, eran una sola cosa, se comprendieron sin falta de palabras. El sexo mojado recibió con aceptación pactada la lengua grande y dulce que los convirtió en imagen dantesca y divina de aquel instante mínimo en la historia del cosmos.

Natalie Hernandson

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EL PROCESO

“Galbana, Galbana, ven aquí”. Belén correteaba por el patio detrás de su iguana. La semana anterior había sido su cumpleaños y sus compañeros de celda habían hecho un esfuerzo sobrehumano para conseguirle tan ansiado animal. Planeto a planeto consiguieron reunir el dinero suficiente y darle una alegría, entre tanta miseria.

Desde que habían ingresado en la cárcel, la vida de Belén y sus amigos había dado un vuelco. La llegada del invierno y el frío polar del ártico causaba en ellos una desazón que nunca habían experimentado. Estaban tan sumidos en la desesperación que a veces no conseguían tragar saliva. El régimen espartano al que les sometían había minado el carisma del grupo y los llevaba por caminos que desembocarían probablemente en una situación dantesca.

Todos pasaban las mañanas en silencio, sin atreverse a hablar o a comentar nada de lo sucedido. Ni siquiera los cursos de animación a la lectura o de iniciación a técnicas circenses que se ofertaban en la cárcel les interesaban: nada hacía que salieran de su mutismo. Ninguno quería recordar aquella noche en que sus vidas quedaron truncadas para siempre.

Aquella noche en que apareció un señor de negro. Entre cervezas, papeles y risas no se percataron de su presencia. Al cabo de diez minutos, el misterioso hombre se les acercó, con una grabadora en la mano. “¡Aha! Con que contando cuentos. ¿Dónde está vuestra licencia? ¿Quién os paga las cervezas? ¿A qué autores habéis plagiado? Quedáis detenidos por orden de la SGAE.” De repente, salieron tres policías de incógnito que maniataron a los ocho amigos de forma brusca. “Tienen derecho a permanecer en silencio. Cualquier…”

Nunca nada volvió a ser como antes.

Irene R. Berry

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MUJERES AL BORDE

Las personas resultan realmente sorprendentes en algunas ocasiones. He aprendido mucho de ellas, recuerdo una ocasión en que un par de amigas . .

Yo no tengo ni saliva, ¿tú tienes saliva?, a mí hace tiempo que se me acabó el agua, ¡cojones con la sierra de Crevillent!, si lo sé me voy al Círculo Polar, qué lista ha sido Belén quedándose en su casa, y gandula también, claro. Oye, Natalia, no te parece que esto es hacer “el galbana”, estás imprimiendo un ritmo espartano, me lo parece a mí, te lo parece a ti, joder no dices nada.

Esta Alicia tocapelotas no hace más que decir tacos, no sé lo que le pasa este año. Su forma de desplazarse entre las rocas junto a esos pantalones fucsia del mercadillo le dan un toque circense a la sierra. Mañana llamo a mis coleguitis de Elche y me las llevo a la Sala Carisma a tomarnos unas copichuelas y a olvidar este mal rato con la petarda esta.

Aquellas dos valientes excursionistas sacadas de una película del Almodovar venido a menos trataban de subir una pendiente sin conseguirlo, el perro que las acompañaba, un cruce de Escroto y Cloroplasto, ya ni las seguía. Se encontraban al borde y se preguntaron que si caían tampoco importaba mucho, se dieron un profundo beso en los morros, qué lastima haberse conocido tan tarde. Lo peor era que no sabían si caerían en el término de Albatera o de Crevillent, oh!, desidia, desidia, aaa, aaaal borde del barranco.

Bueno, qué tal si nos hacemos unas birras en un bar que he visto en el pueblo, Tapas Dantesco creo que se llamaba, sííííííí, vamos!, dijo una voz chillona.

Moraleja: no vayas al borde de la exasperación.

Edward Castle

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