domingo, 22 de noviembre de 2009

Cuentos del 5.11.2009



Palabras: galbana, Belén, espartano, carisma, saliva, polar, circense, dantesco


UN JUEVES CUALQUIERA

Aquel jueves, Alicia y Belén salieron del cole al mediodía, y se dirigieron hacía el bar del pueblo donde solían parar a comer cada día. Cruzaron las cuevas del rodeo, ya que habían decidido ir caminando a propuesta de Alicia, que últimamente había desarrollado una gran afición por el senderismo.

Nada más llegar al pueblo, un albañil para impresionarlas empezó a realizar increíbles números circenses. Acostumbradas como estaban al repertorio de piropos del mundo de la construcción, tales como: “Eso es carne y no lo que echa mi madre al cocido” o “Te voy a hacer un traje de saliva”, aquello les resultó un tanto dantesco, y al mismo tiempo enternecedor.

Una vez hubieron dado cuenta del copioso yantar, Belén le dijo a Alicia: Tengo una galbana que no veas, y todavía tengo que escribir el cuento. Yo lo tengo casi terminado – respondió Alicia – sólo me falta una palabra por acoplar, de hecho tengo que ver a Edu para preguntarle si su perro se va a llamar Espartano, no sea que dupliquemos y luego digan que hemos copiado.

De regreso al cole, encontraron a Luismi en el patio, el pobre tiritaba ostensiblemente. ¿Qué te pasa, Luismi? - preguntaron al unísono. Nada – contestó éste – simplemente he olvidado poner cayena en el preparado de sirope y si me quito el forro polar me da algo.

Tras dos horas dando vueltas al colegio buscando a Edu, que como de costumbre estaba ilocalizable, Alicia y Belén vencieron la galbana así como Luismi el frío. Y,

por fin, allí estaba él robando conos del aula de educación física para jugar al volley playa. Perdona que te molestemos compañero, pero queríamos preguntarte cómo se llama tu perro de esta semana, por aquello de no duplicar y esas cosas. Lo siento, pero no voy a poder ir a la sesión de hoy, me temo que tengo que ahorrar. ¿Y eso? – preguntaron los tres. Pues mirad, ayer estuve viendo unos capítulos de “Planeta Finito”, y cuando llegué al de Liverpool, me quedé un poco planchado con el costo de la vida. No jodas, dijo Luismi, eso significa que tenemos que ahorrar para el puente de diciembre, ¿en serio que allí es tan cara la vida?

Edu resopló y con cara de resignación remató: “carisma”

Reuben Ferdinandson

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301

¡¡Espartanos, retroceded!! Apenas se escuchaba por encima del tumulto y de los golpes contra el metal la voz de su jefe. De nuevo, ¡¡Espartanos, retroceded!! Pero ni puto caso, ni la voz poderosa ni el coraje de un rey podían frenar aquel tumulto de cuerpos enzarzados en tan cruento encuentro.

Leónidas regresó cabizbajo al punto de reunión acordado, arrastrando su escudo y lamentándose de su falta de carisma.

- ¡Efialtes! El último monstruo que esperaba encontrarme. ¿Qué haces aquí? Querías ser el guerrero 301, ¿y no luchas con tus hermanos?

- ¡Oh, mi rey! Te observo abatido y me pregunto si es por depresión o galbana que así te hayas.

- ¿Pero qué dices, mamarracho? ¿Acaso no ves que la tropa anda desmandada y desoye mis órdenes? ¡El espectáculo es dantesco! Hombres desmembrados desde el cuello a las ingles bailando el cha-cha-chá. Los miembros de mi guardia personal, los más temidos, tirados por tierra descuajaringados. ¡Menudo belén! ¡Cuánto desperdicio!

- Ah, Leónidas, ya te avisé, pero tú no quisiste escucharme. Las mujeres se sumaron al ejército enemigo y así no hay quien luche. Más que la guerra, parece un espectáculo circense, y es que he visto cada contorsión…

- Anda, límpiate la saliva, que estás manchando el casco.

- ¿Y qué piensa hacer mi rey para dar solución a este desaguisado?

- Me temo, amigo Efialtes, que no hay solución posible. He luchado contra los hombres más feroces, contra los animales más voraces, inclusive contra un oso polar -y eso que nuestros expedicionarios todavía no han alcanzado el polo-, pero jamás fui capaz de enfrentarme a una mujer, ¿Cómo podríamos pues vencerlas unidas?

- ¿Luchando junto a ellas?

Carmen Abbey

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BELÉN DETECTIVE

La galbana se apoderó de Belén y, el sofá, le agarró fuerte entre sus brazos. La tila y el polar hicieron el resto. Ella se dejó hacer y cayó en la profundidad de un sueño breve pero reparador.

Cuando despertó, se sintió mucho mejor. Se dio una ducha rápida y se fue a trabajar.

El caso que hoy le ocupaba era habitual. Una mujer sospechaba que su marido le engaña.

Buscó en su bolso y encontró la documentación. Examinó con detenimiento la información, así como, la foto del sujeto. Se llamaba Raúl Espartano Díez y tenía cuarenta años. Trabajaba para una empresa de suministros de oficina y llevaba diciéndole a su mujer, los dos últimos meses, que tenía que asistir a un cursillo de formación en Albacete.

La mujer estaba totalmente mosqueada y, en la entrevista que mantuvo con ella para presentar su caso, le dijo que, de formación, nada de nada, que su marido estaba con otra y, que no tenía ni carisma, ni corazón, ni huevos para decírselo. Lo dijo llorando, medio gritando y con la saliva salpicando el escritorio. Estaba rabiosa.

Belén se dispuso a seguir al sujeto en cuestión. Condujo hasta la calle “Héroes circenses” y aparcó en el lugar perfecto. Esperó pacientemente. A la media hora, el hombre salió del portal número 23 y se fue hacia su coche, un Opel Vectra blanco.

Belén siguió al tipo. Efectivamente se dirigía a Albacete. Cuando llegó, metió el coche en un parking y fue directo a un bar. Allí le estaba esperando una mujer que, nada más verle, se levantó, dejando caer el periódico y un boli sobre la mesa. Se saludaron con un beso largo y efusivo. La pareja habló y rió durante una hora larga. Después se marcharon andando, más que agarrados, pegados uno al otro.

Belén tenía ya suficientes fotos que corroboraban la hipótesis del caso, así que, dio su trabajo por concluido. Antes de marcharse, se acercó a la mesa y cogió el periódico que había abandonado la mujer. Mientras esperaba estuvo haciendo un crucigrama. Sólo le quedaba una palabra por rellenar. Belén leyó: “que inspira terror”. Estaba claro. Era “dantesco”.

Alice Verger

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LA ÚLTIMA GOTA

18 de agosto de 2010

Hoy hemos llegado al pueblo de mi padre. He notado cierta frialdad en su tono pero en realidad quería reprimir la tristeza que le producen los recuerdos. Aquí vivió sus mejores años, rodeado de los suyos.

Cuando hemos puesto todo en su sitio, mi madre se ha animado a limpiar y nos ha echado de casa. Así que mi padre ha decidido enseñarnos el pueblo, o lo que queda de él. Durante el recorrido no ha sido el mismo, él siempre está bromeando y con ese carisma que lo hace tan especial.

19 de agosto

Me he levantado con el canto de los pájaros y el sol bien alto. La ducha no funciona así que hoy me la salto.

Cuando he llegado a la cocina mi boca se ha llenado de saliva al ver el desayuno que nos ha preparado mi madre. Sentados en la terraza de la segunda planta, hemos disfrutado de los manjares rodeados de unas vistas excepcionales del entorno. Excepto mi padre, que se ha sentado de espaldas a lo que a mí me parece un regalo para los ojos.

Al fondo se extiende una llanura enorme y árida, así que me decido a interrumpir la conversación: - ¿qué había ahí? – pregunto. Él, sin girarse siquiera, me contesta con desánimo: - lo que no hay -.

Tras el suculento tentempié desempolvamos las bicicletas (un poco espartanas) que hay en la cuadra y las preparamos para dar un largo paseo, sin embargo mis ojos siguen persiguiendo aquella planicie.

20 de agosto

Hemos visitado los pueblos vecinos y, por fin, se le ha dibujado una sonrisa en su rostro. Nos ha contado historias divertidísimas, además los apodos que se ponían eran increíbles. Por ejemplo, había una tal Belén a la que llamaban “la colonias”. Pero no era por los perfumes que se echaba sino porque era tan cochina que los parásitos hacían verdaderas colonias en su pelo.

21 de agosto…

22 de agosto…

23 de agosto

Ha sido nuestro último día en este maravilloso lugar. He podido descubrir nuevas facetas de mi padre al enfrentarse con sus recuerdos. Sin embargo hay un secreto que espero poder sacarle mañana, antes de irnos.

24 de agosto

Hemos recogido todo y cargado el coche. Mi hermano quería salir pronto porque le han invitado a una barbacoa por la tarde. Sin embargo mi padre le ha advertido que llegará a los postres porque hay algo importante que debe contarnos.

Al acercarnos pude ver la verdadera magnitud de aquel lugar. Nos sentamos a almorzar bajo un árbol y mi padre cerró los ojos antes de empezar.

“Aquí había un lago, era de origen glaciar y el más grande de Europa. Cuando era niño venía a bañarme. Sus aguas eran cristalinas y en invierno podías patinar y hacer piruetas circenses. Siempre había buena pesca y protegía las cosechas de las heladas. Era un lugar maravilloso donde pasar los días de galvana.

Pero en esta vida, la alegría dura poco en la casa de los pobres. Llegaron multinacionales a comprar el agua porque tenía propiedades curativas. Nuestro alcalde no sabía de números, pero sí de lujos y aceptó.

Esto se lleno de máquinas, de ruido y de humo. El espectáculo era dantesco. En diez años los peces perdieron su espacio para vivir y cinco años después estaba seco. Nuestro lago polar, como le llamábamos, había desaparecido para siempre”.

Recogimos y nos montamos en el coche. Mientras nos alejábamos, algo me rozó la cara, era agua. Tal vez la última gota de un lugar maravilloso.

Lewis M. Santa-Claus Green

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LA GRAN AVENTURA

Unos grandes aventureros, concretamente ocho vividores que se conocían de quedar a tomar unas cervezas y jugar a ser escritores, ansiaban ampliar sus horizontes vitales y decidieron subir a bordo de un avión sin destino determinado.

Estando plácidamente relajados en sus asientos, empezaron a notar unos temblores inusuales, eran turbulencias. Todo empezó a moverse, el carrito de las azafatas se tambaleaba de un lado a otro del pasillo central. Las mascarillas se desprendieron del techo, y finalmente, tras un aterrizaje forzoso, llegó la colisión.

De esta manera se encontraron en medio de una isla, cuyo nombre no conocían, pero según la espléndida orientación de uno de los pasajeros , llegaron a la conclusión de que se trataba de una isla cercana a Santa Polar.

A pesar de la cercanía de la costa, era totalmente imposible mantener contacto con el mundo exterior, ya que, no se sabe muy bien cómo, se abrió una gran brecha en el mar acabando con cualquier tipo de esperanza posible. Intentaron de todo: no captaban señal de radio, hicieron señales de humo, etc… hasta que la galbana se apoderó de ellos. Una cosa tenían clara, debían intentar sobrevivir hasta que se les ocurriera algo.

De pronto apareció….un oso polar!!!, sí como lo oís. Esta situación tan dantesca hizo que todos huyeran aterrorizados, excepto Luismi , que por su condición de vasco perdido, actúo cual Espartano atrapando a la enorme fiera. Al ver a aquel animal, Eduardo no pudo evitar el salivar, ya que últimamente, no se sabe por qué extraña razón, tenía un hambre voraz.

Mientras tanto, Belén estaba preocupada por entretener al grupo con un espectáculo circense utilizando unos erizos de mar para hacer juegos malabares, y así por lo menos poder sobrellevar mejor la dramática situación.

Otras dos féminas , Alicia y Natalia, decidieron hacer algo más útil, por lo tanto se afanaron en explorar la isla y averiguar un modo de salir de allí. Que mejor manera de hacerlo que subiendo a las colinas más altas del lugar, para tener una perspectiva más clara de la situación en la que se encontraban. Para ellas fue muy fácil llegar a las altas cumbres, puesto que eran unas alpinistas preparadas para eso y mucho más.

Otros miembros del grupo, Carmen y Rubén comenzaron a construir una especie de artefacto volador, partiendo de hojas de palmera y algas marinas. Aquello, por supuesto fracasó, por lo tanto decidieron pedir ayuda a la chica con más carisma del “equipo”, Irene.

Pero ella estaba totalmente ida en ese momento. Perdió la consciencia durante dos minutos y diecisiete segundos. Cuando recobró el sentido estaba tan nerviosa que la única manera de calmarla fue imitar a Martes y Trece con los que tanto había disfrutado en su tierna juventud.

Finalmente, se produjo un resplandor indescriptible en toda la isla. Cuando abrieron los ojos, se dieron cuenta de que todavía estaban en el avión, y que todo había sido un sueño.

Bethlehem Martinson

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NUBE POLAR

Dejó la taza de té vacía sobre la mesa de mimbre y se reclinó en aquella mecedora de tres plazas, mullida y acogedora. Se sentía en una nube, aquel atardecer de mayo, con el sol calentando sus piernas descubiertas y sus hombros tostados. Se bajó los tirantes para recibir más.

Belén dejó de pensar para así concentrarse en lo único, lo mejor, AQUEL MOMENTO. La galbana la envolvió de abajo a arriba, de fuera a adentro, mientras con un esfuerzo espartano intentaba alejar el sueño.

Tirando al suelo el libro que había estado leyendo (“CARISMA”, a quién le importaba ahora eso), se echó en el columpio balanceante y se dejó llevar.

Pero entonces, entreabriendo los ojos…dios mío, ¿qué era aquello? ¡No era posible! ¡Un oso polar en su jardín! .A sólo unos metros, echado sobre sus cuatro patas, estaba el oso. Su corazón se contrajo y su piel se erizó, pero algo en los ojos del animal circense la fulminó. No había en ellos ni el más mínimo signo de agresividad, de intención de atacar. Lo que le transmitían, de hecho, era amor, puro amor, natural y vital.

Su primer impulso fue ir a acariciarlo, pero el oso tomó la iniciativa y se levantó, se empezó a acercar, con pasos delicados, con los ojos fijos en sus ojos. La sangre corría a borbotones por las venas de Belén, la naturaleza se estaba aproximando a ella, la naturaleza en su esplendor. Y la naturaleza hizo el resto. Con su gran lengua el oso le lamió los pies lentamente, dejando un resto de saliva brillante y húmedo. La cabeza del coloso se agachó, y con su pelo níveo le recorrió las piernas. Le lamió las corvas y creyó entonces que se desmayaría, que se desvanecería en la nube que la acunaba. Cogió la cabeza de la divina bestia, que se adentraba cada vez más en su interior, eran una sola cosa, se comprendieron sin falta de palabras. El sexo mojado recibió con aceptación pactada la lengua grande y dulce que los convirtió en imagen dantesca y divina de aquel instante mínimo en la historia del cosmos.

Natalie Hernandson

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EL PROCESO

“Galbana, Galbana, ven aquí”. Belén correteaba por el patio detrás de su iguana. La semana anterior había sido su cumpleaños y sus compañeros de celda habían hecho un esfuerzo sobrehumano para conseguirle tan ansiado animal. Planeto a planeto consiguieron reunir el dinero suficiente y darle una alegría, entre tanta miseria.

Desde que habían ingresado en la cárcel, la vida de Belén y sus amigos había dado un vuelco. La llegada del invierno y el frío polar del ártico causaba en ellos una desazón que nunca habían experimentado. Estaban tan sumidos en la desesperación que a veces no conseguían tragar saliva. El régimen espartano al que les sometían había minado el carisma del grupo y los llevaba por caminos que desembocarían probablemente en una situación dantesca.

Todos pasaban las mañanas en silencio, sin atreverse a hablar o a comentar nada de lo sucedido. Ni siquiera los cursos de animación a la lectura o de iniciación a técnicas circenses que se ofertaban en la cárcel les interesaban: nada hacía que salieran de su mutismo. Ninguno quería recordar aquella noche en que sus vidas quedaron truncadas para siempre.

Aquella noche en que apareció un señor de negro. Entre cervezas, papeles y risas no se percataron de su presencia. Al cabo de diez minutos, el misterioso hombre se les acercó, con una grabadora en la mano. “¡Aha! Con que contando cuentos. ¿Dónde está vuestra licencia? ¿Quién os paga las cervezas? ¿A qué autores habéis plagiado? Quedáis detenidos por orden de la SGAE.” De repente, salieron tres policías de incógnito que maniataron a los ocho amigos de forma brusca. “Tienen derecho a permanecer en silencio. Cualquier…”

Nunca nada volvió a ser como antes.

Irene R. Berry

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MUJERES AL BORDE

Las personas resultan realmente sorprendentes en algunas ocasiones. He aprendido mucho de ellas, recuerdo una ocasión en que un par de amigas . .

Yo no tengo ni saliva, ¿tú tienes saliva?, a mí hace tiempo que se me acabó el agua, ¡cojones con la sierra de Crevillent!, si lo sé me voy al Círculo Polar, qué lista ha sido Belén quedándose en su casa, y gandula también, claro. Oye, Natalia, no te parece que esto es hacer “el galbana”, estás imprimiendo un ritmo espartano, me lo parece a mí, te lo parece a ti, joder no dices nada.

Esta Alicia tocapelotas no hace más que decir tacos, no sé lo que le pasa este año. Su forma de desplazarse entre las rocas junto a esos pantalones fucsia del mercadillo le dan un toque circense a la sierra. Mañana llamo a mis coleguitis de Elche y me las llevo a la Sala Carisma a tomarnos unas copichuelas y a olvidar este mal rato con la petarda esta.

Aquellas dos valientes excursionistas sacadas de una película del Almodovar venido a menos trataban de subir una pendiente sin conseguirlo, el perro que las acompañaba, un cruce de Escroto y Cloroplasto, ya ni las seguía. Se encontraban al borde y se preguntaron que si caían tampoco importaba mucho, se dieron un profundo beso en los morros, qué lastima haberse conocido tan tarde. Lo peor era que no sabían si caerían en el término de Albatera o de Crevillent, oh!, desidia, desidia, aaa, aaaal borde del barranco.

Bueno, qué tal si nos hacemos unas birras en un bar que he visto en el pueblo, Tapas Dantesco creo que se llamaba, sííííííí, vamos!, dijo una voz chillona.

Moraleja: no vayas al borde de la exasperación.

Edward Castle

Cuentos del 29.10.2009


Palabras: borrico, rayo, cántaro, animadversión, oler, chungo, ignominia



LA RESPUESTA ESTÁ EN EL VIENTO

“¡Qué ignominia!”, “¡Mal rayo le parta!”,”Al muy borrico no se le ocurre otra cosa que bombardear un país”. Estas y otras lindezas sobre mi persona son las que tuve que escuchar la otra tarde, cuando ataviado con mi peluca y mis gafas de sol, salí a echar la partida de poker al bar del pueblo. Me estoy cansando de tanto garrulo, no comprendo de dónde sale esa animadversión hacia mí, ¡Cuánta exasperación, total por cuatro bombas!

Desde que la prensa escrita llegó a Texas, no hay quien pase unas vacaciones tranquilo, ¡No me jodas! Con lo bien que estaba yo aquí todos los veranos, con mis terneros, mi piscina, la barbacoa, la partidita después de comer, y siempre siendo objeto de admiración de mis paisanos; tener uno del pueblo que llega a presidente siempre tiene su prestigio, aunque en mi caso, ya lo fue mi padre, que obviamente también es hijo del pueblo. Pues ya no, al populacho le ha dado por opinar de política internacional, y me he convertido en el personaje más chungo del planeta. Sin ir más lejos, el otro día, el tío Eduardico (uncle little Edward) me tiró un cántaro a la cabeza cuando partía hacia Dallas a hacer la compra de la semana en el super. Y la cosa no queda ahí: he oído que en Villarriba (upper-village), ha salido alcalde un rojo del mismo partido que un negro que dice que puede llegar a la Casa Blanca. Así que no me queda más remedio que ir de incógnito incluso a misa de los domingos, aunque creo que los escoltas disfrazados de beatas plañideras dan un poco el cante, vamos que en el pueblo se lo están empezando a oler.

Lo dicho, el próximo verano lo pasaré en Quintanilla de Onésimo, provincia de Valladolid. Un amigo me ha invitado y dice que allí el pueblo pasa de todo, que le quieren mucho y no hablan de política. Aunque ahora que lo pienso, he oído comentar que anda un poco flotando en el aire, y es que ya lo decía Bob Dylan: “The Ansar, my friend, is blowing in the wind”.

Reuben Ferdinandson


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¡QUÉ CHUNGO!

Las luces habían dado paso una vez más a la soledad más infinita, la que deja el rastro de las risas en el recuerdo, el color de las luces sobre la pista, los aplausos eternos en el oído, el llanto de alguna niña asustada, el movimiento pesado y grácil de los elefantes, el temor al rey de la selva y a la ágil reina que lo eclipsa en la escena. Las luces fueron absorbidas por la noche y solo el borrico quedó junto a la carpa.

El borrico soñaba, soñaba despierto.

La casa viajaba a la deriva impulsada por las olas; arrancada de cuajo de sus cimientos por un tornado ciclópeo y con un asno sobre la techumbre que nadie se explicaba cómo había logrado llegar hasta allí. El pollino en cambio viajaba cómodo sobre sus cuatro patas, convencido de que su aventura había de inscribirlo en la crónica reciente de la historia. Estiraba el cuello para dejarse fotografiar y afianzaba sus cascos sobre el techo a fin de parecer más grande, más esbelto, y no perder el equilibrio. Así pensaba, saldría mucho más favorecido en las imágenes que a buen seguro recorrerían el mundo retratando su momento estelar. Únicamente la soga al cuello le hacía perder un tanto la sonrisa, pues delataba su baja condición. Mas aquel nuevo logro, su único y exclusivo hito animal, le redimiría de toda su anterior existencia, borraría toda ignominia y animadversión sufrida durante milenios por él y los de su género; destruiría como rayo poderoso los prejuicios cargados a cántaros de agua y latigazos sobre el lomo, y le abriría las puertas de los mejores circos del mundo. Ya podía oler la gloria y escuchar a las masas enardecidas coreando su nombre. “¡¡Bo-rri-co! ¡Bo-rri-co!!” gritaban exaltados, aclamándolo antes de salir a pista. Él aparecía humilde, apenas laureado con una guirnalda de jazmines, y transportaba bultos de aquí a allá como si tal cosa, pues el acto no entrañaba dificultad alguna y sí en cambio un grato homenaje a todas aquellas generaciones de jumentos que le habían abierto el paso para llegar hasta allí.

Aquella noche las luces del circo brillaron como lágrimas perdidas en el vasto desierto de la ilusión. Los payasos, trapecistas, bailarinas, acróbatas, técnicos..., lloraban la muerte del útil y servil borrico: amado, ahogado helado, en la amplitud de su triste gloria.

Carmen Abbey


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EL VIAJE

El autobús había vuelto a parar. Eduardo empezó a hacer cálculos mentales sobre la distancia recorrida en tiempo real y la prometida por el vendedor de billetes.

- “El autobús tarda unas tres horas”, le había dicho el muy borrico.

Sí, sí tres horas. Llevaba ya cuatro y, todavía, ni había llegado. Ya no sabía ni cómo sentarse.

- “Chungo”, dijo en voz alta y pensó: “a la vuelta hago autostop”

Por fin llegó a su destino, un pequeño pueblo en medio de la montaña. Cogió la mochila y bajó del autobús. El viento le pegó en la cara. Diferentes fragancias captaron su atención sin poder decantarse por ninguna de ellas. Olía a pino, a tierra mojada, a plantas aromáticas y a comida. Esto último le hizo decidirse y entró en la tasca de la plaza. El azar quiso que, al dejar la mochila en el suelo, un cántaro situado justo al lado se tambalease, con tan mala fortuna que, finalmente, cayó al suelo rompiéndose en pedazos. A pesar de pedir disculpas varias, ofrecerse a repararlo o pagarlo, el tabernero no atendió a razones. Estaba tan enfadado que le hizo sufrir ignominia pública al contar, a diestro y siniestro, lo acontecido con el dichoso cántaro y rematarlo con la frase: “forastero tenía que ser”

Eduardo se comió el bocadillo de tortilla que había pedido. Estaba seca y fría pero, no dijo nada. No estaba el horno para bollos. Salió de la taberna diciendo: “adiós, buenas noches” y el tabernero le miró con ojos turbios. La animadversión era evidente.

“Chungo”, pensó Eduardo. “¡A esta tasca no vuelvo!”

Caminó por las calles y encontró a un lugareño al que preguntó por la dirección de la única pensión que, al parecer, había en el pueblo.

- “La pensión dices. ¡Ay, majo! Aquí no hay pensión. Cayó un rayo el mes pasado y se quemó enterita.”

El viaje no había empezado bien pero Eduardo no era de esos que se rinden fácilmente.

“Esto se me pasa con una cerveza”, pensó y entonces preguntó al hombre:

- “¿Y dónde puedo tomar una cerveza que no sea la tasca de la plaza?”

- “¡Ay, majo! La tasca de la plaza es el único bar que queda abierto. En verano hay otro pero, ahora, a estas alturas de año, ya está cerrado”.

Eduardo miró al suelo. El viento soplaba formando un remolino con las primeras hojas de otoño que, giraban, dibujando un círculo perfecto.

Alice Verger


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MAL RAYO ME PARTA

Puede ser una incongruencia

pero qué mejor manera,

de empezar este relato,

que con cierta prudencia.


Quizás mi esfuerzo sea excesivo

para acabar haciendo algo tan poco productivo,

pero es que la musa me ha abandonado,

cual borrico espantado.


A pesar de que la rima

me provoca animadversión,

aquí estoy como un cicerón,

intentando producir

tan mísero fin.


Creo oler el asombro en vuestras caras,

sí , es ignominia,

si alguien sabe qué demonios es

que me lo haga saber.


Ah! Se me olvidaba el cántaro,

que tras mucho darle vueltas

solo puedo rimar con tártaro.


Siento haberos hecho esperar,

he aquí el párrafo final,

disculpando mi chungo talento,

os emplazo a otro momento.


Bethlehem Martinson


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CONCIERTO SACRO

Llevaban ya tres canciones y Luismi pensaba que no se iba a poder contener.

(Léase cantando como en un coro de música antigua) -IIIIGGGNNNOOOOO….- ….cantaba el coro.

Su tripa se retorcía y gruñía, el aire comprimido le oprimía el esfínter trasero. O explotaba o explotaba.

- MMMIIII…..NIIII….AAAAA…..

El pedo luchaba por salir, y él luchaba por mantener los músculos de su sufriente ano en tensión. Paró de cantar, tenía que dejar de hacer presión con los pulmones para que su vientre pudiera relajarse durante un segundo.

-¡CANTA, RÓ!, le susurró el de su derecha, un barítono de tres al cuarto. Le llamaba RO de “ROCÍN”, aunque variaba con vocablos como “rocinante”, “burro”o “borrico”. Le humillaba cuanto podía, sólo porque un día había cantado “ANIMADVERSIÓN” en vez de “ANIMA MEA VERSIO”. GILIPOLLAS, ignorante…, pensó. Ay dios, que se me sale, QUE SE ME SALEEEE.

- DEUS MEUUUUUUUUUSSSSSSS, OOOO…RAAAAA PROO NOOOOBIIIIS!!!!

No aguanto más, a la mierda. Y virando, su hueso sacro apuntando a su insultante compañero, dejó que su ojete por fin se distendiera, sus tripas descansaran y con ellas su alma. Sin ruido. FFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF.

La peste se propagó veloz, como un rayo, un rayo asesino que llegó a la pituitaria de, al menos, cinco o seis de los que estaban a su alrededor. El hiriente barítono cantó, esta vez, en vez de “NIBELUNGO”…

-HUEEEELEEEEEEEE CHUNGOOOOOOOOO

Natalie Hernandson


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ODA A LA NEGATIVIDAD

Usted está equivocado en todo.

Sus ideas sobre usted mismo

lo que los demás piensan

está todo empañado por un fino vaho de irrealidad.

Está todo en su cabeza.


No, usted no lo entiende, doctor.

Es una ignominia constante.

Todo me huele a chungo.

Que me parta un rayo

si lo que digo no es cierto.


Usted está equivocado en todo.

Ni es usted tan borrico,

ni se aprovechan de usted

Tampoco provoca animadversión en el prójimo.

Está todo en su cabeza.


No, usted no lo entiende, doctor.

Necesito una terapia

Necesito una solución ya.

Porque nadie me ve.

¡Nadie me entiende!


Usted está equivocado en todo.

¿Por qué no prueba a escribir?

¿Por qué no fija en papel todos sus pensamientos?

Podrá así observarlos

Está todo en su cabeza.


No, usted no lo entiende, doctor.

Mis amigos escriben cuentos

Y proponen palabras que me afectan.

“Ignominia” “borrico” “chungo”

Seguro que se refieren a mí.


Usted está equivocado en todo.

Si sigue pensando así, terminará por creérselo.

En realidad, ya se lo cree.

Tanto va el cántaro a la fuente, que termina por romperse.

Tanto piensa usted que terminará por quebrarse.

Está todo en su cabeza.

Irene R. Berry


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SIEMPRE JUNTOS

No había amanecido cuando el gallo cantó por primera vez. Los dos hermanos se levantaron de un salto, a la vez, como si tuvieran un resorte sincronizado. Tal vez fuera porque eran mellizos.

Les ocurrió el mismo caso que a Dani de Vito y a Arnold Swarzenegger en “Vaya par de gemelos”, sólo que ninguno recibió la mejor parte, ésta debido perderse en el proceso. Ambos eran achaparrados y con menos luces que una carretera secundaria, pero la vida en el campo tampoco era exigente para Eduardo e Irene. A él, de niño, le cayó un rayo que lo acabó de arreglar.

El progreso les había confinado en su rancho. A su alrededor fueron desapareciendo paulatinamente todos sus vecinos, devorados por la avaricia de una jubilación desahogada. La multinacional Interrailways construía una autopista que atravesaría todo el norte del país. Los dividendos que repartía eran una fortuna para los aldeanos de la zona, pero no para los dos hermanos. Ellos sólo conocían esa vida y no necesitaban más dinero. Debido a las presiones, decidieron contratar los servicios jurídicos de una abogada de relativo prestigio.

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Cuando frenó el coche y sus largas piernas se posaron en las piedras de la entrada, los ojos de Eduardo cambiaron de color.

- Me llamo Alicia Sincaso – se presentó.

Ante el atrofismo de su hermano, Irene presentó a los dos y la invitó a pasar.

El salón estaba decorado con muebles antiguos que le daban un toque rancio pero cálido. Alicia tenía muchas dificultades para encontrar postura en aquellos sillones tan mullidos y acabo por depositar su estilizado trasero en una fría silla. Olía a café del bueno así que aceptó con gusto la invitación. Como su hermano seguía hipnotizado con las medias de seda, Irene se decidió a contar lo ocurrido.

Mientras relataba los datos y sucesos con gran precisión, Eduardo dejó caer una baba sobre la alfombra. Normalmente las pillaba al vuelo, pero esta vez la visión le abrumaba.

De repente Alicia exclamó: -¡qué ignominia!-, a lo que Irene contestó: -más bien ¡qué hija de puta!- (Se refería a Interrailways).

Irene prosiguió…

Ante la crueldad de los hechos provocados por la multinacional, Alicia demostró una gran comprensión y añadió: -con razón estas empresas provocan tanta animadversión en la gente-, a lo que Irene añadió: -a mí más bien me dan asco-.

Al ver la pasividad de Eduardo, Alicia decidió preguntarle directamente: -¿y usted qué piensa de todo esto?-.

El borrico de Eduardo, que era más simple que un cántaro, respondió nervioso: chuchuchungo-.

Alicia recogió la grabadora y se despidió calurosamente de sus anfitriones dándoles grandes esperanzas de victoria.

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-¿Cómo estás Eduardo?- preguntó Irene preocupada.

-Chungo de verdad, pero hemos encontrado otro rancho aunque esté en mitad del desierto-.

Lewis M. Santa-Claus Green


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POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS, POR TI

El perro se llamaba . . . rayo y a partir de ahí ya os lo podéis imaginar. Podríamos hablar de huertos de encinas, drogas, etc. Sin embargo, el tema que hoy nos ocupa no es baladí. La noticia con la que despertamos hace dos lunas y dos soles los vecinos de Palmeras II es que alguien había encontrado un fantástico piano ocupando una plaza del parking. Lo llamativo del hecho era que ocupara una plaza equivocada, la número seis, la del borrico del Casiveo, ese ser incomprendido en la comunidad. Para poder relacionarse con la sociedad no se le ocurre otra cosa que entonar a Sabina (pero con toda su mala uva) y dice: - A ver, gente , ¡voy a cántaro una estrófica!

La animadversión recíproca que se tenía con la dueña del piano era antológica. Ella se empeñaba en despertarle por las mañanas con su torpe ruido de teclas a sabiendas de que él se acababa de jubilar y no tenía que madrugar. Él se afanó en buscar un remedio para contraatacar, se hizo con los servicios del Luisma, pero cuando todo parecía que la lucha iba a ser eterna éste dijo: - No, no toco, ¡no sé como deciros que no toco en público, cagoendiós!, Casiveo buscó otra vía, encontró la del tren pero esa no resultaba ventajosa para el contexto. Se sintió ignominioso y pensó, capital de Georgia, capital e Georgia? Quizá nunca lo supiera, tenía el sonido del piano demasiado apegado al córtex, no quedaba otra que sacar el piano de su celda o la celda de la vecina no lo dejaría en paz.

El concierto iba a comenzar, era la segunda fiesta que otro vecino organizaba, “el mig any”, esta vez con papeles. Por fin, la indeseable pareja iba a debutar para un gran auditorio (diecisiete noctámbulos), sí, sí, sí, ya están aquí, vienen a por ti, eran el Chungo Valdés y la Concha Buika, ella se coloreó la cara y se tomó dos bourbons del trago para resultar más sufrida y comenzó: mi niña Lola . . .

Edward Castle

martes, 3 de noviembre de 2009

cuentos del 16.10.2009


Palabras: planeta, mermelada, sangrar, hostia, escroto, encina, a


A veces despertaba en medio de la noche sintiendo el peso del planeta sobre su espalda, aquel sabor a mermelada amarga volvía a juguetear en su paladar. Otra vez, no lo soporto más. La pesadilla de siempre le seguía atormentando. Una mañana más se despertó sudoroso, jadeante, víctima de su sueño habitual. A desayunar!!! Gritó su madre – Llegarás tarde al colegio, y hoy os toca la tabla del dos.

Durante el trayecto en el autobús al cole, revivió una y otra vez el suceso que no le dejaba dormir cada noche. Unos meses atrás, jugando al escondite, se subió a la encima del Tío Matías, el viejo más cascarrabias del pueblo. Recordó la sensación de mearse encima cuando el carcamal le decía que si le volvía a ver en su encina le iba a cortar nosequé.

Pasó la mañana en clase de matemáticas, ciencias, muy divertida, sobre todo cuando el profesor hizo sangrar a una rana que pretendía diseccionar, e historia, en la que la seño les habló del puerto de Ostia en Roma. Pero en clase de lengua, las palabras del Tío Matías seguían retumbando en su cabeza, hasta que al final, no pudo soportarlo más y sin ni siquiera levantar la mano, se puso en pie y dijo: Maestro, ¿qué es un escroto?

Reuben Ferdinandson


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Se levantó con resaca, como casi todos los días. Apenas podía moverse. La cabeza le daba vueltas, pero el olor de las tostadas recién hechas con mermelada que Lucía le había preparado fue el empujón necesario para conseguir enderezar su maltrecho cuerpo. Tenía punzadas hasta en el escroto.

Él no era capaz de valorarla, de conseguir hacerla, ni hacerse feliz a sí mismo.

¿No hay nada que valga la pena?, se preguntaba qué maldita alineación de planetas le había hecho llegar hasta esa situación .Anhelaba la tranquilidad, el silencio, el poder sentirse libre de todo ese caos artificial en el que sentía como el alma le sangraba poco a poco y conseguía acabar con las pocas fuerzas que le quedaban.

Quizás mañana se levantase con más ánimo, esa era la única esperanza que le quedaba. Se acercaría a observar el paisaje que le rodeaba, aunque en ese árido lugar qué hostias iba a encontrar…. con ver una encina se daría con un canto en los dientes.

En ese momento, cuando paseaba por el camino angosto que separaba los huertos cercanos a la casa de su mejor amigo de la infancia, Sebas, se dio cuenta de que su problema tenía dos soluciones:

A.O seguía alimentando esa decadencia

B.O bien, empezaba una nueva vida en otro lugar

Bethlehem Martinson


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OTRO PLANETA

Había estado toda la noche pensando. Al abrigo de la encina miraba aquellas luces eternas, que eran las únicas que no le juzgaban. Hubiera querido ir tras ellas o haber nacido en otro planeta. Pero Rubén no podía escapar a su naturaleza.

A veces lograba librarse de ellos, porque sus torpes piernas las compensaba con una gran inteligencia. Pero eran demasiados y, a menudo, le llovían ostias que le hacían sangrar hasta el alma.

Rubén era gay. Un gay con la cabeza bien alta y el escroto en su sitio. El orgullo y afán de libertad le habían proporcionado muchos problemas en Guadalajara, así que decidió cambiar de aires.

Llegó a Santa Pola y encontró a Natalio. Un asturiano que le hacía olvidar su pasado compartiendo despertares con zumo de naranja, café y mermelada.

Descubrió la verdadera amistad de personajes extravagantes que cocinaban platos innombrables, vivían en buhardillas ilegales, pintaban óleos deshidratados y tocaban el piano a la luz de la luna.

Se dio cuenta que había llegado a ese planeta soñado, donde los malos momentos eran historia.

Lewis M. Santa Claus-Green


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Más tonto que una bellota

La hostia que se dio fue antológica aunque difícil de explicar, mas daremos aquí unas pinceladas del asunto, para que éste sea claramente entendido, dada la expectación que produjo el hecho entre los oriundos de la comarca y sus aledaños.

Ocurrió que el señor alcalde había decidido aquel día subir a la única encina de la finca contigua a la suya, a fin de comprobar si las bellotas del vecino eran o no más dulces que las de su encinar.

- No suba, Don Aurelio, que se va a abrir la cabeza subiendo con ese calzado de señorito – le decía su concejal más fiel arrodillándose a los pies del árbol-. Mire que como se caiga vamos a ser el hazmerreír del pueblo.

Y así fue, Don Aurelio resbaló con los restos de los frutos que las ardillas habían dejado entre las ramas al salir huyendo de tan ilustre hombre, de manera que cayó sentado, quedando su entrepierna plantada en la mismísima boca del servil concejal. Por supuesto, la cosa no habría pasado de mera anécdota, e incluso podría haber quedado en una más que aconsejable intimidad, si no fuera porque mientras su excelentísimo en el hospital no paraba de sangrar por el escroto; el de menor cargo, contaba a su mujer cómo por un momento creyó que le había caído encima un planeta y que más tarde se dio cuenta de que no, que un planeta no era, porque aquello que se le plantó en la boca sabía como la mermelada de Manuela, la repostera, por lo que no podía venir de tan lejos.

Carmen Abbey


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LA VISITA

“¡Ah del castillo!”, dijo una voz. “Hostia, qué susto,” exclamó Eduardo, tirando la podadora al suelo. Con el sobresalto se había cortado la mano y le sangraba el dedo. “¿Quién anda ahí?” preguntó con curiosidad y nerviosismo. No obtuvo respuesta. Abrió la puerta y miró a izquierda y derecha, pero no vio a nadie. Volvió a sus tareas domésticas con desconfianza.

“¡Ah del castillo!”, volvió a escuchar. “Vaya, hoy me voy a enfadar.” El trozo de pan con mermelada que se acababa de tostar se le cayó al suelo. “¿Quién es?” Silencio. Volvió a abrir la puerta y apareció ante él, a unos metros, junto a la encina, una mujer joven, extraña, como de otro planeta. Tenía la piel blanca, casi pálida, y ojos glaucos, que lo miraban fijamente. “Soy Atenea”.

“¿Quién?”

“¡Por el escroto de Zeus! ¡Atenea!”

Eduardo no salía de su asombro. ¡Una diosa venía a visitarle! “¿Qué deseas?” preguntó un tanto inquieto. Ella se acercó y le susurró algo al oído. Las palabras de Atenea quedaron formando un eco en su cabeza y la diosa se evaporó como por arte de magia, desapareciendo entre las brumas matinales de aquel amanecer dominical.

Irene R. Berry


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¡QUÉ DIFÍCIL ES SER YO!

Voy en el metro. Enfrente de mí va un adolescente con un aparatejo electrónico de esos modernos. No sé ni para qué sirve.

Miro la pared del vagón y me pongo a leer el extracto de una novela. Habla de una encina lo que, inevitablemente, me traslada a mi infancia. En mi mente se agolpan los recuerdos y puedo casi hasta oler la mermelada que hacía mi madre.

¡Hostia! Me he pasado mi parada. Esta semana es la tercera vez que me paso. Pienso si esto será normal, si le ocurre a los demás con tanta frecuencia como a mí, si pierden las llaves, el carnet, el móvil, queman la comida, no saben dónde aparcan o se les olvida ir al dentista. Así soy yo. Estoy pero no estoy. No sé en qué planeta ando.

Cojo otra vez el metro y llego a mi destino. Salgo a la calle y me encuentro con un accidente horrible, la policía, la ambulancia y un hombre tirado en el suelo que no para de sangrar.

Camino deprisa, me falta el aire y siento que me mareo. Voy con la cabeza hacia abajo, con la mirada puesta a la altura de mi escroto. No quiero ver nada.

Llego al curro y, de repente, visualizo una carpeta encima del escritorio pero, no en el escritorio de mi trabajo, sino en el de mi casa. Maldigo mi existencia, mi persona, el día que nací y hasta la mermelada de mi madre. Me odio.

Salgo fuera y me fumo un cigarrillo. Intento buscar una explicación a lo que me pasa, a mi vida, a mi persona y llego a la conclusión de siempre: ¡Qué difícil es ser yo!

Alice Verger


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EL PLANETO IMAGINARIO

Las cosas podían haber sucedido de otra manera, sin embargo, fueron así. Él no era más que un chico normal, desayunos con mermelada, el típico periódico de izquierdas, paseo matutino hasta el trabajo, el perro del estanco, jodido Escroto, ¡Siempre ensuciándole los pantalones!

No sabemos qué fue lo que le hizo cambiar, quizá fuese verse soltero a sus cuarenta y dos primaveras y no parar de masturbarse demoníacamente utilizando a la hija de la panadera como fetiche salvaje de sus pensamientos. O que le otorgaran el premio Planeta a Ángeles Caso o quizá aquellos recuerdos esquizofrénicos de su programa perturbador de la niñez: El Planeta Imaginario. El Ángeles, digo, el caso es que dio al traste con su vida e hizo algo increíble, ¡compró unas deportivas tres números mayor de su talla! Decidió comenzar a comportarse como si hubiese más espacio en el mundo, adquirió unos andares chulescos, a él le daba la sensación de que así ligaría más, menos que cero no era posible. Pensó en buscar una pareja pero enseguida se le borró semejante estupidez de la testa, no había para tanto, “no flipes”, se dijo, ahora que era libre tampoco era el momento de abocarse directamente hacia la exasperación de unirse a una puta. Aprendió a pasar desapercibido, todo le daba igual, era como en la serie del equipo A, se disparaban cien veces recíprocamente pero nunca moría nadie en ningún capítulo, la ostia.

Por fin salió de su atasco, ya lo tenía, ¡Compraría por internet una enciclopedia por fascículos sobre la Encina, esa gran desconocida¡ No cabía en sí de gozo, qué gran idea, ¡Cómo no se le ocurrió antes! cosecharía vastos encinares con sus grandes conocimientos sobre la materia, ¡Se haría rico! y además iba a idear un sistema monetario propio, lo llamaría: el Planeto. Por ejemplo, - Hola, ¿Cuánto cuesta una barra de funcionario, digo, una baguete?, ¿Un planeto con cincuenta? Ah, gracias, eeeh . . . adiós. Y así sucesivamente en todas las facetas de la vida cotidiana. Sería una revolución, se enterarían los gordos banqueros y los presidentes capitalistas, los iba a sangrar a todos esos hijos de siete madres.

Más tarde, ya subido en la ola, idearía una droga de diseño que no dejase resaca, se llamaría soma y la distribuiría a la puerta de los colegios, de los concertados, claro. Luego vendría la comercialización de las zapatillas, el eslogan sería: “Zapas Huxley, ya están aquí, vienen a por ti, por un mundo feliz”. Y luego fabricaría whisky sin alcohol y luego y luego…

Edward Castle