domingo, 22 de noviembre de 2009

Cuentos del 29.10.2009


Palabras: borrico, rayo, cántaro, animadversión, oler, chungo, ignominia



LA RESPUESTA ESTÁ EN EL VIENTO

“¡Qué ignominia!”, “¡Mal rayo le parta!”,”Al muy borrico no se le ocurre otra cosa que bombardear un país”. Estas y otras lindezas sobre mi persona son las que tuve que escuchar la otra tarde, cuando ataviado con mi peluca y mis gafas de sol, salí a echar la partida de poker al bar del pueblo. Me estoy cansando de tanto garrulo, no comprendo de dónde sale esa animadversión hacia mí, ¡Cuánta exasperación, total por cuatro bombas!

Desde que la prensa escrita llegó a Texas, no hay quien pase unas vacaciones tranquilo, ¡No me jodas! Con lo bien que estaba yo aquí todos los veranos, con mis terneros, mi piscina, la barbacoa, la partidita después de comer, y siempre siendo objeto de admiración de mis paisanos; tener uno del pueblo que llega a presidente siempre tiene su prestigio, aunque en mi caso, ya lo fue mi padre, que obviamente también es hijo del pueblo. Pues ya no, al populacho le ha dado por opinar de política internacional, y me he convertido en el personaje más chungo del planeta. Sin ir más lejos, el otro día, el tío Eduardico (uncle little Edward) me tiró un cántaro a la cabeza cuando partía hacia Dallas a hacer la compra de la semana en el super. Y la cosa no queda ahí: he oído que en Villarriba (upper-village), ha salido alcalde un rojo del mismo partido que un negro que dice que puede llegar a la Casa Blanca. Así que no me queda más remedio que ir de incógnito incluso a misa de los domingos, aunque creo que los escoltas disfrazados de beatas plañideras dan un poco el cante, vamos que en el pueblo se lo están empezando a oler.

Lo dicho, el próximo verano lo pasaré en Quintanilla de Onésimo, provincia de Valladolid. Un amigo me ha invitado y dice que allí el pueblo pasa de todo, que le quieren mucho y no hablan de política. Aunque ahora que lo pienso, he oído comentar que anda un poco flotando en el aire, y es que ya lo decía Bob Dylan: “The Ansar, my friend, is blowing in the wind”.

Reuben Ferdinandson


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¡QUÉ CHUNGO!

Las luces habían dado paso una vez más a la soledad más infinita, la que deja el rastro de las risas en el recuerdo, el color de las luces sobre la pista, los aplausos eternos en el oído, el llanto de alguna niña asustada, el movimiento pesado y grácil de los elefantes, el temor al rey de la selva y a la ágil reina que lo eclipsa en la escena. Las luces fueron absorbidas por la noche y solo el borrico quedó junto a la carpa.

El borrico soñaba, soñaba despierto.

La casa viajaba a la deriva impulsada por las olas; arrancada de cuajo de sus cimientos por un tornado ciclópeo y con un asno sobre la techumbre que nadie se explicaba cómo había logrado llegar hasta allí. El pollino en cambio viajaba cómodo sobre sus cuatro patas, convencido de que su aventura había de inscribirlo en la crónica reciente de la historia. Estiraba el cuello para dejarse fotografiar y afianzaba sus cascos sobre el techo a fin de parecer más grande, más esbelto, y no perder el equilibrio. Así pensaba, saldría mucho más favorecido en las imágenes que a buen seguro recorrerían el mundo retratando su momento estelar. Únicamente la soga al cuello le hacía perder un tanto la sonrisa, pues delataba su baja condición. Mas aquel nuevo logro, su único y exclusivo hito animal, le redimiría de toda su anterior existencia, borraría toda ignominia y animadversión sufrida durante milenios por él y los de su género; destruiría como rayo poderoso los prejuicios cargados a cántaros de agua y latigazos sobre el lomo, y le abriría las puertas de los mejores circos del mundo. Ya podía oler la gloria y escuchar a las masas enardecidas coreando su nombre. “¡¡Bo-rri-co! ¡Bo-rri-co!!” gritaban exaltados, aclamándolo antes de salir a pista. Él aparecía humilde, apenas laureado con una guirnalda de jazmines, y transportaba bultos de aquí a allá como si tal cosa, pues el acto no entrañaba dificultad alguna y sí en cambio un grato homenaje a todas aquellas generaciones de jumentos que le habían abierto el paso para llegar hasta allí.

Aquella noche las luces del circo brillaron como lágrimas perdidas en el vasto desierto de la ilusión. Los payasos, trapecistas, bailarinas, acróbatas, técnicos..., lloraban la muerte del útil y servil borrico: amado, ahogado helado, en la amplitud de su triste gloria.

Carmen Abbey


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EL VIAJE

El autobús había vuelto a parar. Eduardo empezó a hacer cálculos mentales sobre la distancia recorrida en tiempo real y la prometida por el vendedor de billetes.

- “El autobús tarda unas tres horas”, le había dicho el muy borrico.

Sí, sí tres horas. Llevaba ya cuatro y, todavía, ni había llegado. Ya no sabía ni cómo sentarse.

- “Chungo”, dijo en voz alta y pensó: “a la vuelta hago autostop”

Por fin llegó a su destino, un pequeño pueblo en medio de la montaña. Cogió la mochila y bajó del autobús. El viento le pegó en la cara. Diferentes fragancias captaron su atención sin poder decantarse por ninguna de ellas. Olía a pino, a tierra mojada, a plantas aromáticas y a comida. Esto último le hizo decidirse y entró en la tasca de la plaza. El azar quiso que, al dejar la mochila en el suelo, un cántaro situado justo al lado se tambalease, con tan mala fortuna que, finalmente, cayó al suelo rompiéndose en pedazos. A pesar de pedir disculpas varias, ofrecerse a repararlo o pagarlo, el tabernero no atendió a razones. Estaba tan enfadado que le hizo sufrir ignominia pública al contar, a diestro y siniestro, lo acontecido con el dichoso cántaro y rematarlo con la frase: “forastero tenía que ser”

Eduardo se comió el bocadillo de tortilla que había pedido. Estaba seca y fría pero, no dijo nada. No estaba el horno para bollos. Salió de la taberna diciendo: “adiós, buenas noches” y el tabernero le miró con ojos turbios. La animadversión era evidente.

“Chungo”, pensó Eduardo. “¡A esta tasca no vuelvo!”

Caminó por las calles y encontró a un lugareño al que preguntó por la dirección de la única pensión que, al parecer, había en el pueblo.

- “La pensión dices. ¡Ay, majo! Aquí no hay pensión. Cayó un rayo el mes pasado y se quemó enterita.”

El viaje no había empezado bien pero Eduardo no era de esos que se rinden fácilmente.

“Esto se me pasa con una cerveza”, pensó y entonces preguntó al hombre:

- “¿Y dónde puedo tomar una cerveza que no sea la tasca de la plaza?”

- “¡Ay, majo! La tasca de la plaza es el único bar que queda abierto. En verano hay otro pero, ahora, a estas alturas de año, ya está cerrado”.

Eduardo miró al suelo. El viento soplaba formando un remolino con las primeras hojas de otoño que, giraban, dibujando un círculo perfecto.

Alice Verger


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MAL RAYO ME PARTA

Puede ser una incongruencia

pero qué mejor manera,

de empezar este relato,

que con cierta prudencia.


Quizás mi esfuerzo sea excesivo

para acabar haciendo algo tan poco productivo,

pero es que la musa me ha abandonado,

cual borrico espantado.


A pesar de que la rima

me provoca animadversión,

aquí estoy como un cicerón,

intentando producir

tan mísero fin.


Creo oler el asombro en vuestras caras,

sí , es ignominia,

si alguien sabe qué demonios es

que me lo haga saber.


Ah! Se me olvidaba el cántaro,

que tras mucho darle vueltas

solo puedo rimar con tártaro.


Siento haberos hecho esperar,

he aquí el párrafo final,

disculpando mi chungo talento,

os emplazo a otro momento.


Bethlehem Martinson


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CONCIERTO SACRO

Llevaban ya tres canciones y Luismi pensaba que no se iba a poder contener.

(Léase cantando como en un coro de música antigua) -IIIIGGGNNNOOOOO….- ….cantaba el coro.

Su tripa se retorcía y gruñía, el aire comprimido le oprimía el esfínter trasero. O explotaba o explotaba.

- MMMIIII…..NIIII….AAAAA…..

El pedo luchaba por salir, y él luchaba por mantener los músculos de su sufriente ano en tensión. Paró de cantar, tenía que dejar de hacer presión con los pulmones para que su vientre pudiera relajarse durante un segundo.

-¡CANTA, RÓ!, le susurró el de su derecha, un barítono de tres al cuarto. Le llamaba RO de “ROCÍN”, aunque variaba con vocablos como “rocinante”, “burro”o “borrico”. Le humillaba cuanto podía, sólo porque un día había cantado “ANIMADVERSIÓN” en vez de “ANIMA MEA VERSIO”. GILIPOLLAS, ignorante…, pensó. Ay dios, que se me sale, QUE SE ME SALEEEE.

- DEUS MEUUUUUUUUUSSSSSSS, OOOO…RAAAAA PROO NOOOOBIIIIS!!!!

No aguanto más, a la mierda. Y virando, su hueso sacro apuntando a su insultante compañero, dejó que su ojete por fin se distendiera, sus tripas descansaran y con ellas su alma. Sin ruido. FFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF.

La peste se propagó veloz, como un rayo, un rayo asesino que llegó a la pituitaria de, al menos, cinco o seis de los que estaban a su alrededor. El hiriente barítono cantó, esta vez, en vez de “NIBELUNGO”…

-HUEEEELEEEEEEEE CHUNGOOOOOOOOO

Natalie Hernandson


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ODA A LA NEGATIVIDAD

Usted está equivocado en todo.

Sus ideas sobre usted mismo

lo que los demás piensan

está todo empañado por un fino vaho de irrealidad.

Está todo en su cabeza.


No, usted no lo entiende, doctor.

Es una ignominia constante.

Todo me huele a chungo.

Que me parta un rayo

si lo que digo no es cierto.


Usted está equivocado en todo.

Ni es usted tan borrico,

ni se aprovechan de usted

Tampoco provoca animadversión en el prójimo.

Está todo en su cabeza.


No, usted no lo entiende, doctor.

Necesito una terapia

Necesito una solución ya.

Porque nadie me ve.

¡Nadie me entiende!


Usted está equivocado en todo.

¿Por qué no prueba a escribir?

¿Por qué no fija en papel todos sus pensamientos?

Podrá así observarlos

Está todo en su cabeza.


No, usted no lo entiende, doctor.

Mis amigos escriben cuentos

Y proponen palabras que me afectan.

“Ignominia” “borrico” “chungo”

Seguro que se refieren a mí.


Usted está equivocado en todo.

Si sigue pensando así, terminará por creérselo.

En realidad, ya se lo cree.

Tanto va el cántaro a la fuente, que termina por romperse.

Tanto piensa usted que terminará por quebrarse.

Está todo en su cabeza.

Irene R. Berry


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SIEMPRE JUNTOS

No había amanecido cuando el gallo cantó por primera vez. Los dos hermanos se levantaron de un salto, a la vez, como si tuvieran un resorte sincronizado. Tal vez fuera porque eran mellizos.

Les ocurrió el mismo caso que a Dani de Vito y a Arnold Swarzenegger en “Vaya par de gemelos”, sólo que ninguno recibió la mejor parte, ésta debido perderse en el proceso. Ambos eran achaparrados y con menos luces que una carretera secundaria, pero la vida en el campo tampoco era exigente para Eduardo e Irene. A él, de niño, le cayó un rayo que lo acabó de arreglar.

El progreso les había confinado en su rancho. A su alrededor fueron desapareciendo paulatinamente todos sus vecinos, devorados por la avaricia de una jubilación desahogada. La multinacional Interrailways construía una autopista que atravesaría todo el norte del país. Los dividendos que repartía eran una fortuna para los aldeanos de la zona, pero no para los dos hermanos. Ellos sólo conocían esa vida y no necesitaban más dinero. Debido a las presiones, decidieron contratar los servicios jurídicos de una abogada de relativo prestigio.

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Cuando frenó el coche y sus largas piernas se posaron en las piedras de la entrada, los ojos de Eduardo cambiaron de color.

- Me llamo Alicia Sincaso – se presentó.

Ante el atrofismo de su hermano, Irene presentó a los dos y la invitó a pasar.

El salón estaba decorado con muebles antiguos que le daban un toque rancio pero cálido. Alicia tenía muchas dificultades para encontrar postura en aquellos sillones tan mullidos y acabo por depositar su estilizado trasero en una fría silla. Olía a café del bueno así que aceptó con gusto la invitación. Como su hermano seguía hipnotizado con las medias de seda, Irene se decidió a contar lo ocurrido.

Mientras relataba los datos y sucesos con gran precisión, Eduardo dejó caer una baba sobre la alfombra. Normalmente las pillaba al vuelo, pero esta vez la visión le abrumaba.

De repente Alicia exclamó: -¡qué ignominia!-, a lo que Irene contestó: -más bien ¡qué hija de puta!- (Se refería a Interrailways).

Irene prosiguió…

Ante la crueldad de los hechos provocados por la multinacional, Alicia demostró una gran comprensión y añadió: -con razón estas empresas provocan tanta animadversión en la gente-, a lo que Irene añadió: -a mí más bien me dan asco-.

Al ver la pasividad de Eduardo, Alicia decidió preguntarle directamente: -¿y usted qué piensa de todo esto?-.

El borrico de Eduardo, que era más simple que un cántaro, respondió nervioso: chuchuchungo-.

Alicia recogió la grabadora y se despidió calurosamente de sus anfitriones dándoles grandes esperanzas de victoria.

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-¿Cómo estás Eduardo?- preguntó Irene preocupada.

-Chungo de verdad, pero hemos encontrado otro rancho aunque esté en mitad del desierto-.

Lewis M. Santa-Claus Green


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POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS, POR TI

El perro se llamaba . . . rayo y a partir de ahí ya os lo podéis imaginar. Podríamos hablar de huertos de encinas, drogas, etc. Sin embargo, el tema que hoy nos ocupa no es baladí. La noticia con la que despertamos hace dos lunas y dos soles los vecinos de Palmeras II es que alguien había encontrado un fantástico piano ocupando una plaza del parking. Lo llamativo del hecho era que ocupara una plaza equivocada, la número seis, la del borrico del Casiveo, ese ser incomprendido en la comunidad. Para poder relacionarse con la sociedad no se le ocurre otra cosa que entonar a Sabina (pero con toda su mala uva) y dice: - A ver, gente , ¡voy a cántaro una estrófica!

La animadversión recíproca que se tenía con la dueña del piano era antológica. Ella se empeñaba en despertarle por las mañanas con su torpe ruido de teclas a sabiendas de que él se acababa de jubilar y no tenía que madrugar. Él se afanó en buscar un remedio para contraatacar, se hizo con los servicios del Luisma, pero cuando todo parecía que la lucha iba a ser eterna éste dijo: - No, no toco, ¡no sé como deciros que no toco en público, cagoendiós!, Casiveo buscó otra vía, encontró la del tren pero esa no resultaba ventajosa para el contexto. Se sintió ignominioso y pensó, capital de Georgia, capital e Georgia? Quizá nunca lo supiera, tenía el sonido del piano demasiado apegado al córtex, no quedaba otra que sacar el piano de su celda o la celda de la vecina no lo dejaría en paz.

El concierto iba a comenzar, era la segunda fiesta que otro vecino organizaba, “el mig any”, esta vez con papeles. Por fin, la indeseable pareja iba a debutar para un gran auditorio (diecisiete noctámbulos), sí, sí, sí, ya están aquí, vienen a por ti, eran el Chungo Valdés y la Concha Buika, ella se coloreó la cara y se tomó dos bourbons del trago para resultar más sufrida y comenzó: mi niña Lola . . .

Edward Castle

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