domingo, 7 de febrero de 2010

cuentos del 18.11.09


EL DÍA QUE DANIEL DIJO “NO”

El día que Daniel dijo “no” el cielo estaba cubierto de nubes, el viento soplaba desapacible y la temperatura no superaba los 10 grados. Ese día, la gente fue al trabajo y los niños al colegio. En los hospitales atendieron las consultas y operaron a pacientes. En las calles, había gente caminando, jubilados mirando las obras, repartidores aparcados en doble fila y adolescentes haciendo pellas. Una mujer se enteró de que estaba embarazada y maldijo su suerte, un hombre fue despedido del trabajo, un ladrón robó una cartera y una prostituta atendió a su primer cliente del día.

En la avenida de al lado, un perro abandonado buscó algo para comer, un hombre estrelló su coche contra una farola y un policía puso su primera multa del día.

En el aeropuerto, un avión despegó hacia París, un pasajero logró burlar el control policial y pasó un kilo de droga en su estómago, una mujer buscó entre la multitud y abrazó a su hijo después de dos años y, una pareja de seguridad aeroportuaria, se dio la mano por debajo de la mesa de los monitores mientras se sonreían tontamente, sin percatarse, por ello, de la navaja suiza que llevaba un hombre en la mochila.

Bastante más lejos de allí, una cigüeña encontró una suculenta culebra para desayunar, una ballena nadó, junto a su ballenato, en dirección a la Antártida y un lagarto, sobre una piedra al sol, se dio la vuelta para calentarse el costado derecho.

En ese mismo instante, al otro lado del planeta, los bomberos apagaban un fuego en una oficina, una mujer soñó, otra vez, que su novio era gay y, una niña tiró por la ventana el juguete preferido de su hermano.

Mientras todo esto sucedía, Daniel estaba en su casa. Su madre estaba escribiendo y su padre ya se había ido. Él estaba sentado en el suelo jugando con sus cosas. De repente, su madre lo cogió para llevárselo y él dijo: “no”. Ella, sorprendida, lo colmó de besos y lo dejo en el suelo para llamar por teléfono y contarle a su padre la que, al parecer, había sido su primera palabra.

Treinta y dos años después, Daniel estaba sentado en el banquillo de los acusados y, cuando el fiscal le preguntó si fue él el que asesinó a Gonzalo Solano Fuentes, también dijo: “no”, de una manera rotunda y convincente. En esta ocasión, su madre no llamó por teléfono a nadie, ni mostró ninguna señal de alegría porque, ella sabía, con certeza, que su hijo estaba mintiendo.

Alice Verger


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EL BOSQUE DE LOS REFUGIADOS

Corría el año 38 cuando Manuel y su familia vivían en un pueblo pequeño del norte de España. Era una situación difícil, pero él, como niño que era, no llegaba a darse cuenta de la gravedad del asunto.

Manuel salía todos los días a jugar con su amigo Benito que le esperaba en el pilón de la plaza. El mejor juego para ellos era correr hacia la parte alta del pueblo donde comenzaba el bosque de pinos y tirar piñazos a los nidos de oruga que se creaban en algunos árboles. Normalmente alguno caía originando un estallido de gusanos correteando por el suelo. Entonces, comenzó a soplar un viento cálido y seco. Los dos niños miraron hacia el cielo y vieron como se acercaban rápidamente unas nubes amenazadoras. Afortunadamente encontraron en el camino de vuelta al pueblo un solumbrajo donde refugiarse. Cayó un chaparrón de unos diez minutos.

A eso de las ocho llegó a casa un poco mojado. Su madre estaba preparando unas sopas de ajo, mientras su padre Luis volvía de la resina después de un duro día de trabajo. Cuando María le vio de esa guisa, le dieron ganas de plantarle una bofetada, pero se reprimió y pensó “sólo es un niño”, castigándole al día siguiente a ir con su padre a la resina.

Cuando amaneció su padre le despertó con tiento, le dio un chusco de pan y queso para el almuerzo y se lo llevó a la faena. A Manuel no le acababa de disgustar hacer ese trabajo. En realidad estaba en el bosque donde él siempre disfrutaba tanto. Una vez que llevaron toda la resina a las cubas, recogieron sus enseres para regresar a casa. Estaba anocheciendo en el bosque, cuando escucharon un ruido como si les estuvieran rodeando. Aparecieron cuatro hombres de entre la maleza. Uno de ellos agarró a Manuel, mientras otro, que parecía el cabecilla le dijo a Luis:

-“Compañero, no te asustes, sólo tenemos hambre….Haremos una cosa..Tráenos una hogaza de pan y te devolveremos a tu hijo, y no sufras por él, que le vamos a cuidar bien”.

Manuel estaba por supuesto asustado, pero a su vez sentía cierta tranquilidad al ver los ojos de su padre que le transmitía sosiego, quizás, porque no veía una amenaza real en esos hombres que simplemente estaban pasando penurias, y que además de alguna manera compartían ideas.

Mientras su padre marchaba, ellos comenzaron a andar hacía una gruta, que ni Benito, ni él habían descubierto nunca con sus juegos. Se quedó fascinado al ver que allí se escondían unas catorce personas. Todos le acogieron con cierta ternura, de hecho sabían que se trataba del hijo de Luis.

Al cabo de dos horas apareció la esperada hogaza de pan y así el padre pudo recuperar a su hijo.

Pasó el verano, y todo transcurría con normalidad. Era una noche de otoño cuando Manuel, Miguelín, María y Luís se acababan de comer las castañas que María había preparado en el hogar, cuando traquearon la puerta. Al abrir, María se quedó blanca como la nieve. Dos militantes falangistas, altos como torres, venían a por Luis para darle el “paseillo”. Al oír a su madre gritar y llorar desesperadamente, Manuel tenía la sensación de que nunca más volvería a ver a su padre.

Bethlehem Martinson


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ESPERANZA Y DESESPERANZA DE ESPERAR

Entramos, la luz es tenue y miramos hacia arriba. El metal carcomido, los agujeros sucios, el frío suelo. Hemos oído historias pero no queremos creerlas, hemos visto cosas pero nos negamos a asumirlas. El olor impregna toda la estancia, es asfixiante pero más aún por las imágenes que alumbran nuestra imaginación.

Nos han privado de toda libertad, dignidad e incluso ropa y nuestros cuerpos desnudos, antaño feudos de placer, se han convertido en figuras frágiles y temblorosas.

No me importa lo que hayan hecho mis antepasados, no me importa lo que harán mis hijos. Me ha tocado vivir este momento de la historia y yo soy inocente de los crímenes de mi familia, de mi cultura.

Quiero salir de aquí y ver amanecer, mirar al cielo y sentirme libre. Ojalá fuera un pájaro y pudiera emigrar allá donde la vida es pura, sin complicaciones políticas que nadie entiende, excepto los miserables que tienen poder.

Poder y locura es lo que nos aguardaba el aciago destino. Nuestra generación estaba marcada. ¿Por qué?, ¿qué hicimos para merecer este castigo de muerte? Las respuestas nos la dará un ser supremo en otra vida o simplemente quedarán escritas en nuestro epitafio para siempre.

Se apaga la luz y gritos ahogados inundan nuestro ánimo, es el fin…

Afortunadamente somos útiles para estos fanáticos, para estos zombis asesinos que soportan el hedor a muerte con una sonrisa.

Los agujeros derraman agua. Un líquido que me parece maravilloso en este momento. Me purifica y me llena el alma de ilusión.

Es la esperanza y desesperanza de esperar en Auschwitz, pero… ¿por cuánto tiempo?

Lewis M. Santa Claus-Green


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Sigue tu destino,

riega tus plantas,

ama tus rosas.

El resto es la sombra

de árboles ajenos.

La realidad

siempre es más o menos

de lo que nosotros queremos.

Sólo nosotros somos siempre

iguales a nosotros mismos.

Suave es vivir solo.

Grande y noble es siempre

vivir simplemente.

Deja el dolor en las aras

como exvoto a los dioses.

Mira de lejos la vida.

Nunca la interrogues.

Ella nada puede

decirte. La respuesta

está allende los dioses.

Mas serenamente

imita al Olimpo

en tu corazón.

Los dioses son dioses

porque no se piensan.

Fernando Pessoa (invitado especial a la sesión)

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